Y la curiosidad aterrizó en Marte
La hipótesis de que alguna vez hubo condiciones aptas para la vida en el planeta rojo podría convertirse en la gran realidad del siglo, si Curiosity triunfa en su misión.
El trabajo de más de setecientos científicos e ingenieros de múltiples nacionalidades. La inversión de dos mil quinientos millones de dólares. Varios años de montaje. Un mes y medio de retraso sobre los planes iniciales. Treinta y seis semanas de viaje a través del espacio. Cerca de sesenta millones de kilómetros recorridos. Siete minutos de terror, y ya casi cinco días de gloria. Éstos son los números del vehículo de exploración Mars Science Laboratory, abreviado en los informes como MSL y conocido popularmente como “Curiosity”, que esta semana posaba sus ruedas en un antiguo cráter de Marte para despejar el camino del saber humano. Aunque todavía no se ha movido un milímetro sobre suelo extraterrestre ni ha desplegado la antena que le permitirá enviar fotografías de primera calidad a la Tierra, el primer material gráfico tomado por el rover ha comenzado a exhibirse y da cuenta de lo bien encaminada que va la misión.
¿El objetivo? Obtener evidencias contundentes de que el cuarto planeta del Sistema Solar en su momento albergó los ingredientes necesarios para la vida. Al menos ése es el reto principal, y el más cacareado. Porque el MSL también intentará caracterizar la climatología y determinar la geología marcianas, así como sentar las bases para una exploración comandada por astronautas de carne y hueso. Y es que el sueño que alimenta desde hace tiempo las brillantes mentes de la NASA es formar una expedición tripulada, como se ha hecho durante décadas con la Luna, para recoger muestras de roca y valorar las condiciones de habitabilidad una vez de vuelta en el laboratorio. Nada de conformarse con análisis químicos in situ.
Por supuesto, ésta no es la primera vez que se intenta algo parecido. La sospecha de que en Marte hay vida se remonta al año 1877, cuando el astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli afirmó haber localizado canales por toda su superficie, y el lanzamiento de curiosos aparatos de investigación se ha acelerado desde el contexto de la Guerra Fría. La Unión Soviética venció a la hora de depositar una sonda por aterrizaje suave, con la Marsnik 3, aunque poco después de entablar comunicaciones perdió todo contacto con la Tierra y su pequeño vehículo PROP-M quedó inoperante. Y es que la historia de la “conquista” de Marte está llena de claroscuros. Un lustro después, Estados Unidos desciende Viking 1 y Viking 2 en las planicies de Chryse y Utopía, logrando resultados más polémicos que concluyentes. Y por fin, en 1997, llega la Mars Pathfinder que permitió al astromóvil autopropulsado Sojourner realizar pruebas a lo largo de dos meses, en un proceso que sería televisado en todo el mundo. Para 2008 ya había seis instrumentos pululando por Marte: los robots Spirit y Opportunity, la sonda Phoenix Mars Lander y las orbitales Mars Odyssey, Mars Reconnaissance Orbiter y Mars Express.
Las comparaciones son odiosas
Ahora Curiosity tiene un año marciano por delante (687 días aquí o lo que Marte tarda en dar una vuelta al Sol), para romper barreras. Se trata de un rango de exploración mayor que el de las misiones emprendidas anteriormente, a las que también supera en tecnología y dimensiones. Este juguetito pesa casi una tonelada, incluyendo 80 kilogramos en material científico, y tiene una masa total quince veces mayor que sus predecesores en el vecindario rojizo, doblándolos en longitud con más de 2 metros. Sus sistemas embebidos tendrán que soportar altos niveles de radiación y un gigantesco escudo término cambios radicales de temperatura, y se espera que su red de sensores facilite la toma de decisiones de manera autónoma con velocidad de desplazamiento de hasta 4 centímetros por segundo. Mientras Sojourner contaba con procesador Intel a 2 MHz, memoria RAM de 512 MB y SSD de 176 KB, el dúo Spirit y Opportunity deslumbraron en su día con chip IBM RAD6000 de 20 MHz, 128 GB de lectura programable y 256 MB de Flash. El salto de MSL es cuantitativo, gracias al modelo RAD750 y sus 200 Mhz, las capacidades de 256 MB y 2 GB, y el sistema multitarea VxWorks.
Entre espectómetros y circuitos, se ha engarzado para la ocasión una decena de avanzados instrumentos de pesquisa, incluida una estación meteorológica con sello español y un láser para estudiar la composición del polvo rocoso a distancia, algo que no se había osado a hacer hasta la fecha. En total, el rover está equipado con diecisiete cámaras, de las que la mayoría activa tareas de navegación para detectar obstáculos en blanco y negro, meter la marcha atrás o controlar movimientos específicos, y otras como las MastCam que conforman sus ojos son capaces de tomar coloridas imágenes, panorámicas en 3D y grabar vídeo de alta definición a siete imágenes por segundo. Su campo de visión es de 45º, y dispone de seis ruedas de aluminio de 50 centímetros de diámetro cada una. Con radios de titanio y motores eléctricos independientes, Curiosity puede girar sobre sí mismo, atravesar montículos de 64 centímetros y trazar arcos.
Aunque quizás, la característica que más llame la atención sea su generador de radioisótopos que alberga 4,8 kilos de dióxido de plutonio-238 en su interior y que lo convierte en el primer explorador que usa energía nuclear para moverse, en concreto unos 28 vatios de corriente continua. Por otra parte, dispone de dos ordenadores gemelos para tener un plan B en la recámara en caso de error o reseteo… todo está pensado a lo grande en un dispositivo que quiere marcar la diferencia en favor de una agencia espacial estadounidense golpeada por los recortes presupuestarios y la reciente cancelación de su programa de transbordadores.