El guión del comic es simple: Una chica, Megan, aprende a descargar música de un amigo. 2.000 canciones y tres meses después un oficial de policía llama a su puerta con una demanda penal para comparecer ante los tribunales.
El argumento es digno del mejor folletín: Megan es huérfana al perder a sus padres en un accidente de tráfico y vive con su abuela. “Oh, Nana. ¿Qué he hecho? He arruinado todo”. “Voy a perder mi beca” cuenta compungida a su atribulada abuela, envuelta en un mar de llanto.
Directamente a juicio. Tribunal penal y federal porque “cuando se trata de infracciones del derecho de autor es el gobierno federal el que enjuicia las causas penales”, expresa falsamente el cómic.
Un fiscal, más duro que el designado para asesinos y violadores múltiples, establece que Megan está acusada de robo a nivel federal y reclama dos años de cárcel y 25.000 dólares en multas, indicando que “la descarga ilegal de música es un crimen, y todos los que participan tendrán que rendir cuentas”:
Como dicen en WIRED el mayor crimen es este prospecto, más cercano a la propaganda nazi que a una muestra educativa de una organización sin ánimo de lucro.
vINQulos
WIRED
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