Otra respuesta sencilla: la explotación de los yacimientos de tierras raras requiere (o requería cuando se empezó a hacer de forma seria), para ser económicamente rentable, una mano de obra muy barata, y además se trata de un proceso bastante contaminante. Hubo minas de tierras raras en otros países (Estados Unidos y Australia tuvieron las suyas), pero conforme los trabajadores fueron ganando derechos y las normas medioambientales se fueron endureciendo, se fue optando por su cierre. Importar desde China, al fin y al cabo, era barato.
La situación, ahora que Occidente se empieza a dar cuenta, está ya en un punto bastante crítico: las tierras raras se han empezado a utilizar para (casi) todo, y China controla la producción mundial. Con la sartén por el mango, el país ya ha empezado a utilizar su poder: el pasado mes de septiembre, cuando China y Japón se vieron envueltos en un conflicto diplomático por la detención de unos pescadores chinos, el gigante asiático bloqueó la exportación de las tierras raras a los nipones. Estos, por supuesto, cedieron rápidamente en todo. Tras ser denunciada la situación por los japoneses, China ha prometido no volver a utilizar esto como “arma política”, pero nadie se acaba de fiar. Además, han decidido reducir sus exportaciones un 35%, lo que ya tiene temblando a toda la industria tecnológica mundial.
Las opciones de futuro: producir o reciclar (o seguir dependiendo)
Llegados a este punto, serán pocos los que no miren a sus gadgets preferidos con otros ojos. Y la nueva pregunta, la gran pregunta, es más difícil de responder: ¿existe alguna opción de futuro alternativa a dejar que China continúe controlando el mercado? Los gobiernos de Estados Unidos y la Unión Europea ya se lo han preguntado (ahora que también ellos se han dado cuenta de la situación), y han perfilado dos salidas: reciclar las tierras raras o volver a producirlas.
Por supuesto, ninguna de las dos salidas es fácil ni rápida ni demasiado factible. El reciclaje es complicado: los dispositivos que incorporan tierras raras no han sido diseñados para su reciclaje, por lo que extraer los elementos se perfila como una tarea muy difícil, además de cara. La Unión Europea ha dicho con la boca pequeña que estaría bien hacerlo, para alargar la duración de los yacimientos y depender menos de otros (es decir, de China), pero lo cierto es que una planta de reciclaje de tierras raras es mucho más costosa que una planta de producción.
¿Es volver a explotar las tierras raras propias entonces la respuesta? Tampoco: aunque Estados Unidos se está planteando reabrir sus minas, las repercusiones medioambientales son bastante negativas y, desde luego, en contra de la legislación actual de la mayor parte de los países occidentales.
Estos países, los mayores consumidores de tierras raras, se encuentran ahora mismo en un callejón sin salida. Mientras los grandes líderes se citan en reuniones y se devanan los sesos para dar con una solución (y de vez en cuando miran de reojo hacia China con miedo), otros países intentan aprovecharse de la situación y postularse como la respuesta a todos los problemas: Afganistán, por ejemplo, ha dejado caer que ellos tienen unos yacimientos importantes de tierras raras y estarían encantados de ayudar al necesitado Primer Mundo. Pero, claro, eso sería pasar de depender de unos a otros.
El reportaje acaba con una gran interrogación. ¿Quién no está temblando ahora?
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