Pantalla con alrededor de 5 pulgadas, procesador de al menos cuatro núcleos, cámara de 13 megapíxeles, memoria RAM de hasta 2 gigabytes… éstas son algunas de las especificaciones que los fabricantes de teléfonos móviles están repitiendo últimamente a la hora de dar forma a sus creaciones, tal y como se pudo comprobar durante la celebración del Mobile World Congress el pasado mes de febrero en Barcelona, y son exactamente los mismos requisitos que los usuarios esperan encontrar materializados en las estanterías de comercios y tiendas online cuando se disponen a renovar su terminal. Y es que la incesante búsqueda del prototipo perfecto en el mercado smartphone ha derivado en modelos con características muy marcadas.
Los teléfonos de hoy en día son una especie de dispositivos para todo que permiten sacar fotografías de alta calidad en cualquier situación, grabar vídeos, reproducir música, disfrutar con juegos de lo más sofisticado, mantenerse comunicado con amigos y conocidos a través de mensajería instantánea, trabajar en documentos personales o colaborativos con herramientas ofimáticas profesionales y, por supuesto, navegar por Internet a la misma velocidad que con el ordenador de toda la vida. Todo ello (y mucho más, como la multitarea) respetando las cualidades de manejabilidad que se le suponen a un móvil. Más que delgados son peso pluma y, en vez de seguir contrayéndose para caber en cualquier bolsillo, han conseguido conjugar ligereza con capacidad de pantalla y satisfacer las necesidades visuales de los clientes actuales.
Pero las grandes prestaciones vienen de la mano de pequeños inconvenientes. Para acompañar a semejantes resoluciones se están sacando a la luz chips cada vez más evolucionados. Y esta potencia de procesamiento que alcanza cotas antes impensables y posibilita el soporte de múltiples tecnologías agota, a su vez, una gran cantidad de batería. Esto implica que smartphones de última generación, con un diseño atractivo y preparados para realizar prácticamente cualquier cometido, acaben con problemas de durabilidad. La autonomía trae de cabeza a buena parte de los usuarios que añoran aquellos tiempos en los que no se veían obligados a tener controlada la ubicación de su cargador y enchufar el teléfono a la red eléctrica cada día. Las baterías de iones de litio han progresado, pero no lo suficiente como para presumir de eficiencia energética.
La solución, más allá de la optimización de los recursos de software o del sacrificio del aspecto externo en pos de la funcionalidad, podría encontrarse en investigaciones como la de Richard Kaner y Maher El-Kady, dos científicos de la UCLA que han desarrollado una técnica de fabricación de supercondensadores a micro-escala que se pueden cargar y descargar miles de veces más rápido que las baterías convencionales al añadir grafeno, un “ingrediente” de un sólo átomo de grosor, 200 veces más fuerte que el acero y de los más densos que se conocen, que parece servir para todo. O en la comandada por Harold H. Kung, profesor de Northwestern, que promete baterías con una autonomía y una velocidad de recuperación diez veces mayor que en la actualidad, es decir, con duración de una semana y tiempo de carga de 15 minutos. E incluso en las rumoreadas pilas de litio-aire y la tecnología Mirasol de Qualcomm. Pero de momento todo son propuestas.
Buenos, bonitos y… resistentes
En lo que sí está avanzando la industria es en la comercialización de smartphones más duraderos desde el punto de vista de las agresiones físicas. ¿A quién no se le ha resbalado alguna vez el móvil de entre las manos? ¿Y qué pasa si esto ocurre cerca del agua? Puede ser una catástrofe total si el terminal no está preparado para resistir el contacto con el líquido elemento. En este sentido, una de las propuestas que más miradas ha acaparado durante las recientes ferias tecnológicas, es el Xperia Z, que a pesar de sus envidiables características (5 pulgadas de pantalla, 443 píxeles por pulgada de densidad, 4 núcleos de procesador, 1,5 gigahercios de frecuencia de reloj, 2 gigabytesde RAM, 13 megapíxeles en su cámara trasera, 142 gramos de peso y 7,9 milímetros de grosor, en resumidas cuentas) puede sumergirse a un metro durante media hora sin causar daños. De hecho, está capacitado para visualizar contenidos o grabar vídeo debajo del agua.
El producto “waterproof” de Sony también presenta alta resistencia al polvo y a la arena con grados de protección IP 55 y 57, por lo que se puede usar en la playa, llevarlo al baño, sacarlo bajo la lluvia o tomarse una copa a su lado sin mayores temores. Todos sus puertos permanecen sellados. Ha sido moldeado con una carcasa “unibody” de vidrio templado anti-golpes y anti-rayaduras, recubierta por una lámina inastillable y reforzada con una goma en las juntas para absorber los impactos. Esto no significa que Xperia Z u otros celulares a prueba de infortunios como los propios Acro S y Advance de la compañía nipona, Huawei Ascend D2, las diversas series de Motorola RAZR, Samsung Galaxy Xcover y Kyocera Hydro, entre otros, puedan usarse en actividades extremas como el submarinismo. Pero es un avance.
Además hay firmas que ofrecen revestimientos especializados en repeler el agua y mantener secos estos gadgets, caso de HzO y P2i, que han trabajado con Alcatel y Nokia, respectivamente, o de Liquipel que ofrece sus servicios directamente a los usuarios desde 59 dólares. En la industria de la protección de dispositivos frente al agua, polvo, golpes e inclemencias meteorológicas varias, existen por supuesto las gamas “ruggerizadas” orientadas a militares y el resto de profesionales con trabajos extremos, aunque aquí la resistencia se abre camino como objetivo primordial y el aspecto deja bastante que desear. Sea como fuere, está claro que en un ecosistema móvil tan superpoblado, donde el público cuenta con decenas y decenas de opciones a la hora de elegir smartphone, cualquier detalle que marque la diferencia, por pequeña que ésta sea, tiene potencial para convertirse en gran aliado del fabricante.
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