A finales de los 70 una revolución acabó con el reinado del sha de Irán. Mohammad Reza Pahlavi moría pocos años después de leucemia. Pero pocos sabían que la enfermedad del sha venía de antes, mucho antes, y que mantenerla en secreto le había costado separarse de la realidad. A John F. Kennedy la muerte le llegó en Dallas y no de forma natural, aunque había sido un ser tan enfermizo que predecir que iba a morir así hubiese sido temerario.
David Owen fue político británico, después de ser médico. Sus dos profesiones le han dado una perspectiva completamente distinta de cómo se gestiona el poder… y la influencia que la salud tiene las decisiones que se toman.
En el poder y en la enfermedad. Enfermedades de jefes de Estado y de Gobierno en los últimos cien años acaba de llegar al mercado español, editado por Siruela en su colección El Ojo del Tiempo. Un libro interesante para quienes quieren entender los últimos cien años de política y para quienes quieren entender los cien próximos, así como una guía de los errores que no hay que cometer en la gestión de la enfermedad que bien podría convertirse en un libro de cabecera para tantos CEO.
Lección número uno: contar mentiras es un error. Nada más natural que estar enfermo. Los líderes políticos son humanos, como los responsables de las grandes compañías, y ocultar información sobre su salud puede tener muy malas consecuencias. Francia ha vivido dos casos de enfermedades sorprendentes de sus jefes de estado. George Pompidou había fallecido en pleno mandato, por un cáncer del que nadie había sospechado – fuera de su entorno médico – su existencia. François Mitterrand se comprometió a confesar cuál era su estado de salud de forma regular, aunque cuando las cosas se pusieron difíciles él también decidió ocultar la verdad y entregarse a las medias verdades. Una situación similar a la vivida por el CEO de Apple, Steve Jobs, cuya historiografía médica ha sido carne de verdades, medias verdades y rumores. Obviamente, Jobs tiene todo el derecho a mantener su historial médico en el más profundo secreto, aunque lo que le suceda o no a su persona está íntimamente ligado a lo que pueda sucederle a su compañía.
La salud de Jobs es uno más de los baremos de los inversores a la hora de confiar o no en los títulos de Apple y la historia pasada de su desequilibrio hormonal – luego acabó filtrándose a los medios que Steve Jobs había sufrido un transplante de riñón – no ayudó a mantener la confianza.
Lección dos: estar enfermo o poder estarlo no es un cadáver a guardar en el armario. El libro de Owen está lleno de mentiras, ocultaciones o personajes que no llegan a saber cuan enfermos están realmente. Ronald Reagan sorprende por justamente lo contrario.
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