Pocas cosas nuevas se pueden escribir sobre Alan Turing, aunque el mundo de la informática le deba algo más gratitud. Turing ha sentado las bases de la Inteligencia Artificial, creado una máquina programable que es el precedente de los actuales ordenadores y ha ayudado a descifrar la máquina de encriptación de la Alemania de la Segunda Guerra Mundial, Enigma.
Sin embargo, y aunque hoy no sea ningún aniversario, conviene recordar su final para comprobar que el paso de los años no resta el barbarismo y la ingratitud de la humanidad con respecto a sus hijos más aventajados.
Turing nació en 1912 y falleció en el 54. Los dos últimos años de su vida fueron un auténtico calvario para él. Al confesar su homosexualidad fue condenado a prisión, la cual evitó acogiéndose a un programa de consumo de estrógenos que le dejó impotente, además de hacerle crecer el pecho. Alan Turing fue encontrado muerto con restos de cianuro en su cuerpo. Todo apunta al suicidio. La humanidad nunca se podrá redimir de actitudes como las que siempre han tenido que arrostrar los científicos.
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