Hace escasos días, Telefónica presentaba su plataforma Smart Cities, con la que quiere convertirse en “abanderado digital” en el desarrollo de ciudades inteligentes, según informaba Expansión.
Además del despliegue de redes necesario para la implantación de estar smart cities, el gigante de las telecomunicaciones ha invertido ya 15 millones de euros en este afán. Según explicó Luis Miguel Gilpérez, presidente de Telefónica España, nuestro país es líder en Europa en ciudades inteligentes. De hecho, la compañía está desarrollando proyectos de smart cities en Barcelona, Logroño, Málaga, Santander, Sevilla, Valencia y Zaragoza. Asimismo, está probando el pago con el móvil a través de NFC junto al Consorcio de Transportes de Asturias. Además, once entidades vascas están trabajando en la creación del proyecto e-Menhir, orientado al desarrollo de un sistema para smart cities.
¿Pero a qué nos referimos a una ‘smart city’? A grandes rasgos, las ‘ciudades inteligentes’ son núcleos urbanos que aprovechan todas las potencialidades de la tecnología de la información y las comunicaciones para mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos y aumentar la sostenibilidad y la productividad mediante la optimización de la energía y los recursos.
Para ello es fundamental la ‘sensorización’ de la ciudad. Es decir, la instalación de los sensores necesarios para capturar los datos que posteriormente deberán ser procesados. Además, nuestros propios móviles y las aplicaciones que usamos pueden servir para alimentar de datos a estos sistemas. Pero de nada sirve recoger todas esta información si no somos capaces de ordenarla e interpretarla. Una vez más, sale a la luz uno de los términos de moda en el ámbito tecnológico: Big Data. Estos sistemas de representación de datos son imprescindibles para procesar toda la información recopilada.
¿Y en qué se traduce esto? ¿De qué servirá adquirir todos estos datos y analizarlos? Los ámbitos de aplicación práctica en los que las smart cities pueden desarrollar todo su potencial son muy variados.
El tráfico es uno de los principales problemas de la ciudad actual. No sólo hace que perdamos el tiempo en atascos, sino que tiene impacto directo en el diseño urbanístico, pues el coche tradicionalmente se ha impuesto al peatón en el planteamiento de las ciudades. Además, la circulación de automóviles tiene un evidente impacto ambiental, debido a la emisión de gases contaminantes y ruidos.
Las soluciones que se pueden implementar en ciudades inteligentes consisten en la instalación de sensores en semáforos, vehículos públicos (autobuses, coches de policías, etc.) y otros elementos de la ciudad (farolas, cabinas, etc.) con el fin de recopilar y transmitir los datos para su análisis. Podemos obtener en tiempo real análisis de flujos de tráfico en las diferentes vías para actuar en las zonas más conflictivas, ofrecer información al ciudadanos sobre el estado de la circulación, conocer la ubicación de los vehículos de transporte público, advertir el estado de los autobuses para mejorar su mantenimiento o actuar en caso de avería, rediseñar rutas de transporte público en función del uso y la demanda, detectar infracciones o peligros en las vías, comprobar el aparcamiento y gestionar la demanda, realizar simulaciones de diversos escenarios de movilidad y prever sus efectos, etc.
Por otra parte, en algunas ciudades ya se está empleando el pago con smartphone mediante tecnología NFC en los transportes públicos. Y si tenemos más facilidades para usar el autobús, sin estar pendientes de si llevamos billete o dónde y cómo hay que comprarlo, es más probable que lo utilicemos.
El objetivo de todo esto sería hacer disminuir la congestión en las ciudades, tanto por la resolución eficiente de atascos como por el aumento del uso del transporte público, derivado de la mejora en su gestión. Y esto también redundaría en un aumento de la seguridad vial.
Las ciudades son auténticas ‘depredadoras’ de energía, por lo que las smart cities tienen un gran campo de actuación en este ámbito. Hay que tener en cuenta que el consumo de electricidad no repercute solamente en el gasto, sino que la producción de la misma también genera emisiones de CO2.
Es evidente que la correcta gestión del alumbrado público, mediante el uso de sensores, incide directamente en un descenso en la factura de luz. Además, la monitorización en tiempo real de los consumos de las infraestructuras (farolas, edificios públicos, instalaciones municipales, etc.) permite detectar con presteza anomalías o averías y actuar para solucionarlas. Asimismo, uno de los objetivos de las ciudades inteligentes consiste en mejorar integración de las energías renovables. Por otra parte, el uso de contadores inteligentes en los edificios públicos permitiría conocer mejor el gasto, detectar problemas, ver si se producen picos y en qué momento y actuar para optimizar el consumo.Más allá de esto, debemos considerar que parte de la electricidad se pierde durante su distribución, por lo que el control de estas redes permitiría disminuir la pérdida.
En España estamos acostumbrados a largos periodos de sequía, por lo que sabemos perfectamente que el agua es un bien escaso y preciado. Igual que comentábamos en el caso de la electricidad, gran parte del agua se pierde por fugas en la red de distribución. Además del aumento del gasto, supone un mal uso de los recursos, con el impacto ambiental que representan. Por otro lado, un inadecuado tratamiento de aguas residuales también influye en un mala reutilización de los recursos hídricos y, en ocasiones, también deriva en problemas ambientales, relacionados con la contaminación, los malos olores, etc.
La sensorización y automatización de las redes de distribución, del alcantarillado y de las plantas de tratamiento permitiría detectar fallos y averías y optimizar el uso. También se pueden implementar sistemas inteligentes de riego, basados no sólo en horarios, sino también en otros datos, como las lluvias caídas en los últimos días, la previsión de precipitaciones para las próximas jornadas, los niveles de temperatura, etc. Como sucedía con la energía, el empleo de contadores inteligentes en edificios públicos permitiría monitorizar y analizar el gastomodificar conductas, detectar averías o ineficiencias, etc., con lo que podríamos optimizar el consumo.
La limpieza de las ciudades y la recogida de basuras representan una importante partida presupuestaria para todos los ayuntamientos, por lo que cualquier ayuda para optimizar su gestión es muy estimable. No sólo repercutirá en el ahorro de gastos, sino que también revertirá en la consecución de unas ciudades más limpias y saludables.
Las soluciones pasan por la sensorización y el tratamiento centralizados de los datos. Por ejemplo, si contamos con sensores que informen de que un contenedor de papel o vidrio está lleno, podemos enviar un vehículo para vaciarlo. Por un lado, evitamos el problema de limpieza que supone un contenedor desbordado. Pero también optimizamos la recogida. ¿Para qué vaciar un contender que todavía esta a la mitad de su capacidad sólo porque está en la ruta de recogida? Con los sensores se evitaría la necesidad de hacer ruta, pudiendo salir el camión sólo cuando realmente se necesite, al saltar la alerta oportuna. Además, se puede conocer la ubicación exacta de todos los vehículos de recogida y analizar los tiempos de trabajo. Esto permitiría aumentar la productividad de las unidades menos eficientes y optimizar las rutas. También podríamos mejorar el mantenimiento preventivo de los vehículos, ahorrando el coste de reparaciones. Por otra parte, el uso de tecnología en las plantas de recepción y tratamiento de residuos haría posible una mejora del reciclado y una reducción de los residuos de desecho.
Las smart cities también pueden ser grandes aliadas del turismo, asunto especialmente interesante en un país como el nuestro. Por ejemplo, podríamos aprovechar las aplicaciones utilizadas por turistas para obtener datos de carencias y necesidades. Además, nos pueden servir para controlar de manera sencilla los flujos de determinadas vías, monumentos, zonas, edificios, etc. Incluso podría servir para potenciar y aprovechar las oportunidades que brinda el turismo de compras, tan importante en ciudades como Madrid o Barcelona.
También son particularmente interesantes las posibilidades que nos ofrecen las aplicaciones de realidad aumentada, que permiten que el turista enriquezca su visita, recibiendo información adicional sobre un monumento, un edificio, un cuadro dentro de un museo, etc. De su utilización podríamos conocer datos sobre preferencias, frecuencias de uso, etc.
Por otra parte, las smart cities nos ofrecen herramientas de utilidad respecto a la monitorización ambiental (calidad del aire, temperatura…), la gestión operativa de puertos y aeropuertos o estaciones de autobús y trenes, así como un largo etcétera de aplicaciones que iremos descubriendo a medida que se vayan implementando este tipo de soluciones.
Aunque todo esto resulte muy atractivo, hemos de tener en cuenta que el desarrollo de las smart cities también se enfrenta con algunos obstáculos. El primero y más claro es la inversión que supone. Generalmente, se suele hablar a la colaboración público-privada como solución a los problemas de financiación. Pero para que una empresa privada decida invertir su dinero en el impulso de la ciudad inteligente, debe tener claro que va a poder monetizar dicha inversión. En el caso de Telefónica, parece evidente que su inversión revierte en el aumento del flujo de datos, lo que beneficia directamente al ‘core’ de su negocio, las telecomunicaciones. En el caso de otras empresa, el retorno no parece tan sencillo.
Quizá podríamos pensar en la explotación de los datos de los usuarios con fines comerciales, pero esto tiene difícil traslado a la práctica, puesto que nos enfrentamos con la legislación vigente sobre protección de datos personales. De hecho, éste es uno de los mayores problemas de las smart cities, ya que debemos ser capaces de recopilar datos pero respetando la privacidad de los ciudadanos y usuarios.
Por otro parte, hay que ser capaces de blindar los sistemas ante posibles hackeos, que podrían poner en peligro la prestación adecuada de servicios o interrumpir los suministros de la ciudad. Por ejemplo, si un hacker se hiciera con el control de estos sistemas podría sembrar el caos hasta su restablecimiento.
Hay otro problema que afecta directamente al nacimiento de las ciudades inteligentes, que es la falta de un estándar tecnológico que aúne iniciativas. Si todos trabajásemos en un proyecto con unas líneas comunes, el desarrollo de soluciones trasladables resultaría más sencillo.
Finalmente, hay que tener en cuenta que nos referimos a tecnologías que inciden en la vida de las ciudades, por lo que son los ayuntamientos quienes pretenden atribuirse las competencias en la regulación. A medida que las smarts cities vayan avanzando, quizá nos encontremos con la disputa de competencias entre órganos municipales, autonómicos y estatales, con la incidencia que puede tener en el desarrollo de la ciudad inteligente.
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