El propiedad intelectual abierta “no es comunismo loco ni altruismo”
En el dossier que han repartido a prensa y en los folletos que se reparten por la feria, James Boyle, el especialista en derechos de propiedad intelectual, luce como un dandy. En persona, Boyle es mucho más parecido a un gurú, una mezcla entre sabio y encantador de serpientes.
Su presentación a los medios de comunicación de su teoría de la agorafobia cultural ha sido especialmente didáctica y fluida, implicando a los presentes. Y la hora que ha dedicado a presentar su visión de los derechos de propiedad intelectual se ha pasado rápidamente, aunque el tema era arduo.
“No, no es comunismo loco ni altruismo”, explica el profesor de la Duke School de Leyes, sobre los modelos abiertos de propiedad intelectual. La primera impresión ante planteamientos semejantes es la de pensar que se trata de un modelo “loco”, “pero funciona”. ¿Por qué entonces no se confía en ellos? La clave es la agorafobia cultural, concepto que Boyle ha acuñado.
Hasta hace relativamente poco, tanto que Boyle asegura que una gran parte de la sociedad ha vivido en este esquema, las cosas eran “como una taza de café o una manzana”, ante las que la “intuición” señala que “tenemos que tener el control y saber quien lo tiene. Creemos que alguien tiene que tener algo, que controlarlo”.
Eso, apunta Boyle, funciona en el mundo material, pero no en el actual. “Nuestros instintos están mal” en el mundo digital, alerta el especialista. De hecho, recuerda, cuando surgió en los 70 la posibilidad de grabar en soporte VCR, la industria cinematográfica presentó una protesta por el impacto que iba a tener en su negocio que los ciudadanos de a pie pudiesen grabar las películas. La protesta no prosperó ni en el Congreso ni ante la Justicia. En vez de morirse y desaparecer, la industria cinematográfica se hizo más rica… porque nacieron las películas de alquiler.
“No por más derechos de propiedad intelectual va a haber más innovación, es como pensar que porque pongas más agua en una planta va a crecer más”, explica a una impresionada audiencia. Confiesa que lo probó, el ejemplo de la planta, y que no funcionó.
“No digo que la apertura sea siempre la solución”, alertaba ya al principio de su charla, pero recuerda que no debe temérsela. “Posiblemente tu banco o el avión usa código abierto”, apunta, encuestando poco después a su audiencia para saber quién usa Linux o Firefox, ejemplos claros de este tipo de prácticas empresariales.
Podría parecer de locos… pero alerta: hace diecisiete, si se hubiese parado a pensar qué era y qué implicaba internet también lo hubiese parecido.