Que cada innovación de Google supone un nuevo reto para la privacidad de los usuarios es algo que ya se da por supuesto. Uno ya sabe que cuando se registra en un nuevo servicio le está entregando parte de su alma a la compañía, pero baja la cabeza e intenta disfrutar de lo que ofrece el producto sin pensar en qué está ocurriendo con sus datos y su privacidad. De alguna forma hemos aprendido a vivir con Google y a aceptarlos pese a la desconfianza. Aunque hay cosas que los usuarios no perdonan: Google Buzz, por ejemplo, una red social creada de forma automática con los contactos de email fue un fracaso en parte por el escándalo que provocó. Y lo de los coches de Street View robando datos de wifis públicas tampoco ha hecho demasiado por limpiar la imagen de Google a ese respecto.
Sabiendo esto y que Google está en el punto de mira de las autoridades de protección de datos y los grupos defensores de la privacidad, es fácil adivinar que el próximo gran producto de Google, sus Google Glasses, van a tener también un nuevo escándalo. Y es que las advertencias están llegando ya ahora, a un año del supuesto lanzamiento en el mercado de las gafas de realidad aumentada. ¿Por qué? ¿Cómo amenazan la privacidad de los usuarios? De una forma demasiado directa: quien lleve las gafas podrá grabar vídeos y sacar fotos en cualquier momento sin que nadie se entere. Podrá hasta estar compartiendo las imágenes en redes sociales.
Y sí, la omnipresencia de smartphones y tablets significa también que ahora mismo cualquiera puede grabar un vídeo o sacar una foto y subirlos a redes sociales, pero el acto de registrar las imágenes es todavía evidente y más difícil de disimular. Un usuario con Google Glasses podrá empezar a grabar con un simple movimiento de cabeza sin que nadie lo sepa. Las prohibiciones de estas gafas en establecimientos como la que ocurrió esta semana en un bar de Seattle se sucederán.
La otra gran crítica: las distracciones
Los problemas de privacidad no es la única crítica que están suscitando las gafas de Google. La otra tiene que ver con la atención que los interlocutores pondrán en lo que otros les están diciendo. Es decir, podrías estar hablando con alguien con Google Glass y que esta persona esté haciendo otra cosa (¿ver fotos? ¿consultar Facebook?) sin que te des cuenta. Un poco la situación que ya se vive ahora con los smartphones (todo el mundo mira a su pantalla y nadie habla) pero llevada al extremo: se mantiene la fachada social, parece que te están haciendo caso. Pero no es así.
El mayor reto es el de encontrar la forma de solucionar estos obstáculos, porque la gran mayoría de analistas y expertos opinan que en unos años dispositivos como las Google Glasses serán algo normal. Podrían ser relojes en vez de gafas, en cuyo caso el tema de la atención vuelve al nivel smartphone, pero lo de la grabación secreta (¡el mundo se llena de cámaras ocultas!) continúa ahí. ¿Aceptarán los usuarios este nuevo Gran Hermano que parece que llega? ¿O todas estas alarmas son exageradas?
Google, mientras, aprovechará para dar al mundo de la publicidad una vez más los datos de sus sueños. Ya no se sabe solo qué páginas consulta cada usuario desde su ordenador y dispositivos móviles y a qué hora. O por dónde se mueve. Se sabrá qué productos en un supermercado mira antes, hacia dónde se dirige su mirada al entrar en una tienda, qué llama su atención de un bar. Si finalmente las Google Glasses se hacen mainstream hay también otro cambio que podemos esperar: una revolución en el mundo del marketing.
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