Hace 25 años comenzaba el imperio de unos pequeños dispositivos que iban a ser los verdaderos protagonistas de la expansión de la informática. El ordenador no es nada si los precisos aparatos que sirvan para comunicarnos con él. Un periférico cumple dicha función, aunque la realidad, como casi siempre, haya superado a la ficción.
Partiendo del teclado y posteriormente el ratón, los periféricos han mostrado su propia ley de Moore particular, llevando hasta nuestros dedos lo que sólo era potencialmente posible. De estos dos dispositivos iniciales hemos pasado por micrófonos, TrackBall, paletas gráficas, cámaras web, altavoces, auriculares y un sinfín de productos que han dado sentido a las áridas máquinas que son los ordenadores sin ellos.
La sofisticación actual nos lleva a olvidarnos de los cables (uno de los últimos grandes escollos), a convertir el ordenador en un centro de ocio que distribuye música, imagen y juegos a todo el hogar,… Ciertamente, sin ellos, el uso de la informática todavía estaría en las cavernas (o en los garajes, que es dónde se crean los grandes proyectos informáticos) ceñido a personas altamente cualificadas para su manejo.
El acceso universal que los periféricos ofrecen a los usuarios supone, al menos, la mitad del éxito de la forma de vida digital.
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