Invertir millones de dólares, miles de horas y un batallón de ingenieros en desarrollar un producto para acabar fallando el día del lanzamiento a causa de su nombre es un fallo más común de lo que se puede pensar. Incluso en el mundo tecnológico. Y a pesar de contar con esforzados equipos de branding y marketing supervisando la introducción de nuevas creaciones en el extranjero.
Sí, porque el principal obstáculo con el que se encuentran las compañías al expandirse a otros mercados es el idioma.
Tras perder fuelle en la escena móvil, dejar huérfano al proyecto MeeGo y pasarse meses colaborando con Microsoft para dar a luz sus primeros smartphones con sistema operativo Windows Phone, Nokia presentaba sus Lumia 710 y 800 a finales de octubre y conseguía acaparar titulares en todo el mundo. Y no sólo por la importancia del anuncio. Sino porque “lumia”, además de proceder del latín “lumen” o “luz”, en español significa “prostituta”.
¿Entorpece esto su llegada a nuestro país? No. El fabricante finlandés ha reconocido que era consciente de la coincidencia con una “palabra muy antigua caída en desuso desde hace tiempo”. Una coincidencia que no iba a arruinar el trabajo de encontrar un término pegadizo que terminase en vocal, seleccionar 200 finalistas, cotejarlos con 300.000 marcas comerciales y analizar sus connotaciones negativas y facilidad de pronunciación en 84 lenguas diferentes. Además, un estudio habría corroborado que los españoles no asociamos lumia con su definición etimológica.
El patinazo (consentido) de Nokia no ha sido ni mucho menos el primero registrado en la escena tecnológica de primer nivel, y probablemente tampoco será el último.
Del HTC ChaCha(Cha) al futuro protestante de Irlanda del Norte
Hace sólo unos meses otro teléfono, el HTC ChaCha, tuvo que ser rebautizado de “sirvienta” a baile latino para respetar a los compradores hispanohablantes. Nacía así la pareja perfecta del HTC Salsa. Pero lo de “chachachá” no acabó de convencer y al aterrizar en los Estados Unidos el terminal adoptó el latiguillo de “status”, porque uno de sus botones ha sido diseñado expresamente para actualizar Facebook.
El famosos asistente personal del iPhone 4S tampoco se libra de desafortunadas interpretaciones. Aunque no significa nada, para los japoneses Siri suena como el vocablo “shiri” que quiere decir “trasero” o “nalgas”. Detrás de la decisión de Apple de no liberar la aplicación en japonés podría esconderse este curioso caso de homofonía, que recuerda a la negativa en los años 70 de las filiales europeas de Wang a utilizar su lema “Wang Cares”. ¿El motivo? A oídos británicos es lo mismo que “wankers” (“gilipollas”).
Más vergonzoso fue para SEGA enterarse de que el apócope surgido de Service Games es utilizado en argot italiano para referirse a la masturbación masculina. Con el objetivo de desmarcarse de tal traducción y aunque en realidad se dice “say-ga”, la empresa de los videojuegos del erizo azul modificó el sonido a “see-ga” en sus anuncios transalpinos. Y los responsables del Arsenal consiguieron que sus jugadores luciesen la primera equipación (con publicidad de Dreamcast) en vez de la segunda (con la de SEGA) en un partido de Champions en campo de la Fiorentina.
Algo similar sucedió con una campaña orquestada en 1996 por Panasonic y Matsushita Electric que pretendía promocionar un ordenador para cibernautas. Como el guía interactivo del navegador iba a ser el personaje de dibujos animados Pájaro Loco (Woody Woodpecker en inglés), el eslogan publicitario invitaba en un mal juego de palabras a “tocar a Woody, el pecker de Internet” (“erección” y “miembro viril”). Los nipones sólo se dieron cuenta de su error durante el lanzamiento interno del PC, gracias al aviso de un trabajador estadounidense. Aunque era demasiado tarde para cambiar el nombre de la mascota, los ejecutivos de Panasonic se las ingeniaron para inventar una frase inofensiva: “Woody Touch Screen”.
Otras sonada metedura de pata fue la de uno de los gigantes de las telecomunicaciones al intentar introducirse en Reino Unido con la proclama “El futuro es brillante… el futuro es Orange”. Si bien para la mayoría de los británicos no suponía problema alguno, la población católica de Irlanda del Norte relacionó el término “naranja” con la Orden de Orange, una organización protestante de carácter conservador que defiende la pertenencia del Úlster a la Corona. Obviamente, la táctica elegida no era la mejor para vender teléfonos a los católicos de la región.
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