Mitos, leyendas y creencias tecnológicas
¿Puedo provocar un incendio si utilizo mi móvil mientras reposto combustible en una gasolinera? ¿O que se estrelle el avión en el que viajo por olvidarme de apagar mi terminal durante el vuelo? Para algunos puede sonar absurdo, pero éstas son dos de las cuestiones que más atormentan a los usuarios de telefonía celular desde que se popularizó este tipo de dispositivo allá por los años 90. Y también son dos de las leyendas que, una y otra vez, científicos y miembros de la industria se esfuerzan en desmentir. El último de ellos ha sido el fabricante finlandés Nokia que niega rotundamente el primer supuesto y ha quitado hierro en el caso de la segunda hipótesis.
Y es que, a pesar de que las compañías aeronáuticas mantienen vigente la prohibición contra todo aparato electrónico encendido a bordo, nunca se ha podido demostrar su supuesta interferencia con el propio sistema de comunicación de la nave. El veto se debería más bien a la molestia que supone convivir en un espacio reducido con decenas de pasajeros conversando por sus teléfonos o haciendo ruido con alguna aplicación y, a estas alturas, está tan arraigado que resultaría complicado levantarlo. De hecho, la mayoría de los viajeros (y tripulaciones) se opone a cambiar el status quo para evitar escenas de pánico.
En cuanto a las explosiones cerca de un tanque de gasolina está comprobado que se deben a una descarga electrostática, como el resultado de entrar y salir constantemente del vehículo, y nunca por hablar por teléfono… a no ser que por una de esas casualidades “entre un billón” su batería venga con un defecto de fábrica. Las “pilas” son inflamables, pero alrededor de ellas también giran infinidad de mitos: que si la primera carga debe ser más larga de lo normal, que si para maximizar el rendimiento son necesarios varios ciclos, que si la autonomía se reduce por enchufar el aparato a diario, que si hay que agotar toda la carga antes de conectar a la corriente, que es perjudicial mantener el cargador con la batería al 100%, que si no se va a usar en mucho tiempo es preferible guardarla descargada. La mayoría de estas creencias proceden de la época del níquel y el cadmio, y todas se pueden etiquetar como erróneas ahora que los fabricantes de dispositivos emplean litio.
Pero no están solas. Igual de desfasadas se han quedado las proclamas que aseguran que navegar por redes inalámbricas es arriesgado (las conexiones se cifran al igual que por cable), que los sistemas operativos Mac OS y Linux están blindados ante ataques de malware (es proporcional a su cuota de mercado) o que para tener seguridad hay que invertir grandes cantidades de dinero (existen antivirus gratuitos igual de efectivos). Mientras, un cuarto lema que sostiene que “a mayor número de barras de cobertura, mejor calidad de servicio” no siempre se cumple. La antena más cercana puede saturarse por las peticiones de multitud de usuarios y acabar ofreciendo peor resultado que otra ubicada lejos.
De igual modo, comprar una cámara digital con tropecientos megapíxeles no significa que vaya a sacar mejores fotografías, sino imágenes más grandes que si hace falta se pueden imprimir después a tamaño cartel. Lo que determina el factor de nitidez es la óptica, el sensor, el procesado y, fundamentalmente, la habilidad de quien dispara el botón. ¿Y qué pasa con la advertencia de que los escáneres de rayos X dañan la información de las tarjetas? Pura leyenda. Aparte de ser inmunes al magnetismo, las memorias Flash son capaces de soportar temperaturas de entre -25 y 85º C, la inmersión en agua dulce o salada, y el impacto de hasta tonelada y media de peso.
La casa de E.T. está, ¿en el desierto de Nuevo México?
Otro tema muy manido es el de tecnología y salud. A día de hoy los detractores de teléfonos y portátiles siguen convencidos de que sus radiaciones pueden causar impotencia o incluso, por alguna razón, problemas de corazón. La mismísima Organización Mundial de la Salud se ha desdicho y ha dejado caer el potencial cancerígeno de su uso, pero lo cierto es que no hay estudios concluyentes al respecto. No se ha conseguido determinar un mecanismo biológico concreto en el caso de los móviles y tampoco se ha detectado evidencia alguna en el de las antenas de telefonía. Ídem para la discutida influencia de los videojuegos violentos sobre el comportamiento de sus jugadores.
Y hablando de videojuegos, no es cierto que haya millones de cartuchos de E.T. para la consola Atari 2600 enterrados en algún punto del desierto de Nuevo México. El título fue un fracaso comercial, sí, pero la opción que eligió la compañía fue menos romántica: arrojarlos en un vertedero. Por su parte Pong, un simulador de tenis de mesa lanzado al público en 1972, ha pasado a los anales como el primer videojuego de la historia cuando en realidad se basaba en una creación similar para la Magnavox Odyssey y por aquel entonces ya se había experimentado con otros proyectos, como el OXO. Lo mismo ha ocurrido con ENIAC, que ha arrebatado al ABC de John Atanasoff el mérito de ser la primera computadora digital electrónica… al menos en el disco duro de muchas personas.