En definitiva, él fue quien intentó convencer a Microsoft, o más bien a Gates, máximo responsable de la firma, de que se pusieran manos a la obra con el primer smartphone.
En 1991 Myhrvold trabajó en el aspecto que podría tener un teléfono inteligente, fijándose hasta en el más mínimo detalle. Dijo entonces que podría ser una “cartera digital” (no porque adelantase los pagos móviles) que iba a consolidar toda la comunicación personal (contactos, biblioteca de música y libros, bloc de notas, teléfono)… un todo en uno.
Pensó que podría venderse entre 400 y 1.000 dólares por dispositivo.
Microsoft pensó sin embargo que era demasiado caro y que su comercialización podría ser un paso de mucho riesgo en aquel momento.
A pesar de que Apple fue el pionero en materializar una idea similar años después, a Myhrvold le queda el orgullo de haber vislumbrado lo que iba a ser el futuro de la telefonía. Para que luego llamen visionario a Jobs, pensará.
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