El 8 de abril, domingo, Mark Zuckerberg informó a la Junta Directiva que iba a comprar Instagram.
Tres días antes, y tras consultarlo con su mano derecha, Sheryl Sandberg, Zuckerberg llamó a Kevin Systrom, convencido de hacerle una oferta de compra que esta vez –a diferencia de lo que ocurriera el verano anterior- no iba a poder rechazar.
Zuckerberg estaba viendo que Instagram podía convertirse en un importante competidor para su empresa. La gran acogida que tuvo la app el primer día de su lanzamiento para Android era una clara señal del potencial de la joven startup.
Motivado por el éxito y confiado en que Zuckerberg podría ser flexible (era, en definitiva, la segunda vez que intentaba una compra), Systrom pidió 2.000 millones de dólares. Calderilla para una compañía que en breve podrá los pies sobre el parqué con un valor estimado en 100.000 millones de dólares.
Pero Zuckerberg no pasó por el aro y finalmente, en la sala de estar de su casa de Palo Alto, se acordó un precio de 1.000 millones de dólares (el doble del valor que se le otorgó tras la ronda de financiación).
Zuckerberg tiene el 28% de las acciones de la red social y aglutina el 57% de los derechos de voto, por lo que sus decisiones no pueden ser refutadas por los demás componentes de la Junta.
Y bien lo confirma una fuente consultada por The Wall Street Journal. La Junta “fue informada, no consultada” sobre la compra de Instagram.
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