Imprimir ya no es lo que era. Ahora las grandes mentes pueden hacer virguerías armadas de una impresora 3D, incluso revolucionar el panorama médico y nuestras vidas con el desarrollo de células madre.
Por una parte abre la puerta a la construcción de ciertos productos vitales con los que mejorar la calidad de vida de muchas personas, como son las prótesis. Y por otro lado está el “bioprinting” o “la aplicación médica de la impresión 3D para producir tejidos y órganos vivos“, igual de necesarios.
El problema aquí es la regulación de este tipo de creaciones.
“Estas iniciativas tienen buenas intenciones pero plantean una serie de preguntas que siguen sin respuesta. ¿Qué pasa si se hacen órganos complejos ‘mejorados’ con células no humanas? ¿Quién controlará la capacidad de producirlos? ¿Quién va a garantizar la calidad de los órganos resultantes?”, ejemplifica el director de investigación de Gartner, Pete Basiliere.
Y es que “las instalaciones de bioimpresión en 3D con capacidad para imprimir órganos humanos y tejido avanzarán mucho más rápido que la comprensión general y la aceptación de las ramificaciones de dicha tecnología”, cree el analista.
Tanto es así que la la consultora para la que trabaja Basiliere señala 2016 como el año clave en el que se desencadenará un debate ético de gran calibre para tratar la que debería ser su evolución futura.
Un año antes, en 2015, la industria ya tendría que comenzar a notar un incremento significativo de la demanda.
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