La historia de una startup de Silicon Valley en China
Jason Johnson es el cofundador de Blue Sprig, una compañía que construye aplicaciones de seguridad y mantenimiento para teléfonos inteligentes.
Hasta aquí nada extraño. El factor diferenciador tiene que ver con su estrategia empresarial. Johnson ha unido sus fuerzas con un empresario chino, cofundador de la compañía. Ha creado un equipo de ingeniería en el gigante asiático, y él vive en San Francisco.
“En Silicon Valley se está volviendo cada vez más difícil encontrar a gente con talento”, dice. Las startups se multiplican y las grandes compañías hacen esfuerzos para mantener el talento (en definitiva el mayor valor corporativo) en casa.
En realidad la creación de una empresa no es una tarea demasiado ardua. Actualmente no se exige una gran inversión de capital ni demasiada infraestructura, gracias a los nuevos avances informáticos. Lo difícil es pues, encontrar un buen socio competitivo.
Johnson conoció por casualidad a Hugo Dong, empresario chino con trayectoria en la creación de productos de seguridad para PC. En seguida se dieron cuenta de que tenían ambiciones y habilidades similares. “Era como una versión de mí mismo, pero en China”, admite Johnson a Fast Company.
Estaba claro el siguiente paso a dar. Dong aportaría la experiencia de crear una empresa en China y Johnson sus conocimientos e influencia en el Valle. La empresa se ha convertido así en una startup estadounidense, con sede en California, y sus oficinas en Chengdu, en una extensión de las operaciones nacionales.
El hecho de que los co-fundadores estén cada uno en un punto del planeta permite agilizar procesos y tomar decisiones de forma más rápida; también evita acudir a un externo para negociar.
Según explica Johnson, ésta es una tendencia creciente. Cada vez es más difícil encontrar el talento “en casa”. El movimiento de la externalización entre las empresas de tecnología de la última década, ha hecho que la idea de trabajar con equipos en el extranjero esté cada vez más asimilada.