La arenilla que hay dentro de la célula de combustible se trata, en realidad, de siliciuro de sodio: una sustancia inerte y bastante segura. Cuando le añades agua, se produce gas hidrógeno, el cual genera a su vez la preciada corriente eléctrica. Lo que hace, en suma, es almacenar de forma diferente el hidrógeno, para que tu valioso trasero no esté al lado de un gas tan volátil, para luego liberarlo mediante una reacción.
Si quieres saber los detalles químicos, puedes echar un ojo a la página de SIGNa.
Cada una de estas células tiene un peso de 0’68 kg, y permiten una autonomía de 48 kilómetros. ¡Ahí es nada! Pero además, por si no fuera poco, son intercambiables sobre la marcha. Puedes ir cargado con un saco (o ser más inteligente que yo y engancharlas en ciertas partes de la bici) y, cuando la vidilla de una llegue a su fin, encasquetar la siguiente.
Ni qué decir que es totalmente respetuosa con el medio ambiente. La compañía está trabajando en hacerlas todavía más eficientes, de modo que en un futuro podrán ser integradas en coches. ¡Por fin las gotitas del aire acondicionado servirán para algo! Y digo yo, ¿el sudor del ciclista no sirve? — Javier G. Pereda [Wired]
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