“Es un iPhone grande”, “no tiene puerto USB”, “¿qué clase de nombre es ese?”. Recordemos al hilo de este último comentario que se barajaban nombres como iSlate o iTablet, que a estas alturas nos sonarán casi ridículos.
Cuando el tablet de Apple apareció el 3 de abril de 2010 obtuvo una acogida tibia, con unos pocos entusiastas, aquellos que suelen recibir cada nuevo dispositivo con el logo de la manzana mordida como si fuese la última cocacola del desierto, mientras que fue grande el número de quienes, interesados o no en las nuevas tecnologías, se mostraron bastante disconformes con el iPad, un dispositivo que en estos años parece haber completado un ciclo completo desde la presencia minoritaria al objeto de deseo, la popularización, la generación de todo un segmento de mercado, el declive, la autocanibalización y ahora el umbral del declive y quien sabe si una segunda era de éxito gracias a su aumento de tamaño y su llegada al entorno profesional.
Hoy, cuando los tablets están completamente integrados en nuestra vida cotidiana casi parece lejano el día en que, hace tan solo cinco años, Apple decidió estirar su ya por entonces popular iPhone (en aquel momento estaba a punto de aparecer el iPhone 4) dando paso a un nuevo uso de un ecosistema que ya gozaba de éxito. Pero ¿qué “defectos” le encontrábamos al iPad cuando nació?
A muchos sorprendió que el iPad no contase con un puerto USB, el estándar de conexión que permitiría además de emplear diversos accesorios ampliar la capacidad de almacenamiento de un dispositivo que carecía también, como el iPhone, de ranura para introducir una tarjeta de memoria que facilitase acceder a más contenidos de los que caben en su siempre exigua memoria interna. Es hoy día quizá, con conexiones 4G y espacios de almacenamiento online de muchos gigas de capacidad, cuando puede empezar a parecernos acertado prescindir de la posibilidad de contar con el almacenamiento físico, cuando comienza a resultarnos más sencillo no depender de una ranura.
Uno de los primeros, y que continuó señalándose durante mucho tiempo hasta que finalmente ha caído en el olvido, casi dándole la razón a la terquedad de Steve Jobs, tiene que ver con la ausencia de compatibilidad con las animaciones Flash, un entorno que según el propio Jobs era fruto de la era PC y más apropiado para el uso con ratón y por tanto menos para dispositivos táctiles, por no hablar de los grandes requerimientos de procesado gráfico y por tanto de energía que se requiere. Hoy HTML5 ha sustituido su lugar demostrando que el ecosistema móvil tiene sus propias reglas.
Precisamente uno de los argumentos que algunos señalaban en su contra (“es un iPhone grande“) entraba en contradicción con otra de las quejas sobre el dispositivo: la dificultad para teclear. Lo cierto es que las diferencias con respecto a un teclado qwerty físico son innegables pero cualquiera que haya empleado un tablet habrá podido comprobar que en apenas unos segundos se llega a una adaptación más que suficiente para teclear de manera más que satisfactoria. Y para quienes siguen encontrando incómodo pulsar sobre la pantalla táctil del iPad ahí estaba la imparable e imaginativa industria auxiliar con múltiples soluciones en forma de accesorios de todo tipo, desde teclados prácticamente indistinguibles del que incluye cualquier ordenador portátil a diversas fundas, tapas y demás (incluso teclados láser) en todo tipo de materiales, formas, tamaños y acabados, plegables o no. Y esto para quienes necesitan teclear, porque desde la llegada del iPhone el mundo se ha vuelto táctil y las aplicaciones apuestan por los gestos, avanzando desde Siri en la dirección del dictado natural.
Hablando del iPhone, muchos que se quejaron del gran tamaño del iPad han podido acceder a una versión más reducida, el iPad Mini, que desde las 9,7 pulgadas iniciales ha menguado hasta las 7,9 pulgadas de una versión que contradice los designios originales del propio Steve Jobs que consideraba que el tamaño del iPad original era perfecto. Muchos, no obstante, veían que ese tamaño es demasiado grande para un bolsillo y demasiado pequeño para usarlo como si se tratase de un ordenador portátil, dispositivo al que en muchos sentidos y para muchos usuarios ha terminado sustituyendo.
En parte las ventas del iPad en tamaño 9,7″ se han resentido por la llegada de su “hermano pequeño” de 7,9″ aunque continúa siendo el tablet más popular del mercado. El reto ahora parece ser acceder al extenso mercado profesional, algo que se conseguiría con otro miembro de la familia, el iPad Plus o iPad Pro, según se adopte la nomenclatura de los iPhone o de los MacBook, un tablet de 12 pulgadas de pantalla que Apple orientaría al sector de negocios.
Aquí llegaría el momento de derribar otro de los argumentos en contra que tuvo el iPad en el momento de su nacimiento: “si ya tengo un portátil”. Y es que para muchos el iPad era un dispositivo destinado a eliminar el ordenador portátil y aquí habría que conceder que aunque continúan vendiéndose muchos ordenadores portátiles (y además ha dado tiempo a que aparecieran los netbooks y los ultradelgados competidores de otro dispositivo diseñado en Cupertino, el MacBook Air) lo cierto es que muchos usuarios se han decantado por el tablet al ser capaz de ofrecer respuesta a parte de las necesidades que demandan. Además de usuarios profesionales, muchos han optado por elegir la tableta como dispositivo desde el que consultar redes sociales, enviar y recibir correos electrónicos, navegar por la Red, leer libros electrónicos, ver películas…
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