Cada vez que vemos una serie de Netflix, hacemos una búsqueda en Google, realizamos una videoconferencia con Teams, compramos en Amazon o mandamos un correo electrónico llevamos a cabo acciones que consumen energía y, por tanto, generan emisiones de CO2.
Por ejemplo, ver una hora de vídeo en streaming comporta la emisión de 55 gramos de CO2, según un informe elaborado por Carbon Trust —financiado por Netflix—, citado por la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Asimismo, cada segundo se producen 47.000 búsquedas en Google, generando 500 kilos de CO2, según CO2GLE. Y ya hace cinco años, la Universidad de Bristol calculaba que el visionado anual de vídeos en YouTube producía más de 10 toneladas de CO2.
“No hay que buscar un único culpable; el volumen de datos que se maneja en la sociedad actual es inmenso”, afirman Xavier Vilajosana y Borja Martínez, investigadores del centro Internet Interdisciplinary Institute de la UOC). Además, advierten de que la tendencia al alza del consumo de energía a través de la tecnología. “La digitalización irá abarcando todos los sectores de la sociedad, desde la educación hasta la administración pública”.
Las compañías del sector tecnológico son conscientes de ello y están redefiniendo sus políticas corporativas con el reducir su impacto medioambiental y mejorar la sostenibilidad de sus operaciones. Cada vez son más las empresas del sector que se adhieren —o incluso promueven— compromisos climáticos, que se vuelcan en el uso e instalación de energías renovables, etc.
Por ejemplo, Amazon se ha comprometido a alcanzar cero emisiones netas de carbono en 2040. Google logró la neutralidad en carbono en 2007 y el año pasado canceló totalmente su ‘deuda de carbono’, por lo que la huella de carbono neta en toda su historia es cero. Y Microsoft confía en ser negativa en emisiones de carbono para 2030, logrando eliminar más carbono del emitido en toda su trayectoria en el año 2050.
Pero no basta con eso. Se trata de una responsabilidad compartida por todos. “Es necesario que la toma de conciencia que poco a poco hemos ido incorporando al lado más físico de nuestra huella ambiental se traslade también a un consumo responsable de plataformas”, afirma Elena Neira, profesora de Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC.
Aquí cobran especial relevancia nuestras decisiones personales. Por ejemplo, al realizar una videollamada, no activar la cámara disminuye el impacto en un 61%. También reduce el consumo escuchar música sin reproducir los vídeos. Es decir, utilizar Spotify en vez de YouTube, si no estamos interesados en la imagen. Y si hablamos de redes sociales, TikTok es la que tiene mayor impacto medioambiental, al basarse exclusivamente en ver vídeos y subirlos, según otro estudio de Carbon Trust.
De igual modo, Vilajosana y Martínez afirman que “apagar los dispositivos cuando no se usan debería ser una práctica habitual”, igual que hacemos con las luces. Asimismo, recomiendan racionalizar el consumo de contenidos en línea. Sin embargo, esto parece cada vez más complicado. No en vano, citan un informe de PwC en el que se pone de manifiesto que la crisis generada por la pandemia ha disparado el consumo de vídeo bajo demanda en el último año.
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