Ocurre con cierta frecuencia: nace un nuevo producto en Internet con características hasta entonces no vistas y con posibilidades aparentemente infinitas. Se corre la voz y todo el mundo tiene claro (muchas veces antes incluso de su lanzamiento) que la herramienta en cuestión va a cambiar la historia de Internet, la forma en la que nos comunicamos, para siempre. En cuanto se estrena oficialmente, los usuarios se lanzan a probarlo o, si es de acceso limitado, se pelean por las invitaciones. Dos meses después, ya nadie se acuerda.
Uno de los ejemplos más claros fue el de Second Life. Nacido en 2003, tuvo su momento de gloria entre 2007 y 2009, años entre los que el mundo paralelo que proponía el sitio era tema habitual de conversaciones y apariciones en medios. La mayor parte de los usuarios que abrieron sus cuentas en Second Life apenas entraron un par de veces debido a la lentitud del proceso desde que se empieza hasta que el avatar deja de volar desnudo y abandona la zona de aprendizaje. No obstante, sí hubo quien tuvo la paciencia (y ancho de banda) suficiente y logró entrar en un mundo paralelo en el que se montaron empresas, hubo mítines políticos y conciertos.
¿El problema? El número de usuarios activos nunca pareció ser el suficiente y poco a poco se fue empezando a ver el declive: empresas reales tenían sus tiendas en el mundo paralelo, pero no había dependientes para atender a los pocos clientes que entraban y muchos casos similares. Todo ello sumado a la llegada de un nuevo hype que esta vez sí cumplió su promesa: Facebook.
Otro especialista en la creación de hypes que acaban siendo un sonado fracaso es Google. Una de sus catástrofes más sonadas fue la de Wave. Como con todos los productos del gigante de Internet, el creador del hype y la expectación es la propia compañía, que prepara a los usuarios en las semanas previas al lanzamiento asegurando que la novedad que está a punto de ver la luz será revolucionaria. Y eso era Google Wave: tan revolucionaria, proponiendo una forma tan distinta de comunicarse, que pocos fueron los usuarios que lo entendieron. Una vez más, muchos abrieron cuentas, pero pocos entraron más de un par de veces. Google aceptaba el fracaso menos de año y medio después de su lanzamiento y dejaba de desarrollar el producto en agosto de 2010.
Los independientes: Quora y Chatroulette
Muchas veces estos productos llamados a cambiarlo todo no llegan de la mano de una compañía ya grande en el mundo de Internet, y muchas veces ni tan siquiera acaban de ser lanzados. Es el caso de Quora, que vivió su punto álgido a principios de año, cuando de pronto todo el mundo empezó a hablar del servicio de preguntas y respuestas que quería desbancar a Google. Quora, no obstante, llevaba en la red más de seis meses. ¿Ha sido una vez más una moda pasajera? Aunque en este caso no se trata de algo tan flagrante como lo descrito anteriormente, lo cierto es que desde el boom de principios de año, su tráfico no ha dejado de caer.
Lo ocurrido con Chatroulette es algo distinto: en este caso nadie creyó en ningún momento que se tratase de un producto revolucionario que lo cambiaría todo, pero sí es cierto que su hype fue muy fuerte y logró alabanzas de Sean Parker, fundador de Napster, que era de los que creía que de ahí iba a nacer algo nuevo. La caída de tráfico del sitio de videoconferencias con extraños sí ha sido monumental (al igual que lo fue su pico a principios de 2010).
La conclusión principal es sencilla: un nuevo producto crea curiosidad, lo que crea el hype. Su tráfico se dispara y todo el mundo quiere probarlo. Pero convencer al usuario de que se quede no es tan sencillo: de lo más alto a lo más bajo hay tan solo un paso.
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