Los padres de Connor Krukosky tienen buena parte de la culpa de su afición por los ordenadores, ya que le regalaron su primera computadora, un IBM-Aptiva, con apenas 18 meses.
Ya en la adolescencia, empezó a interesarse por el funcionamiento de estos equipos. Al pequeño Connor le gustaba ‘destripar’ los aparatos para ver cómo funcionaban. Poco a poco, empezó a arreglarlos y a estudiar el manejo de sistemas operativos como MS-DOS. Hace tres años se despertó su curiosidad por el coleccionismo de equipos informáticos antiguos, comenzando a investigar las interioridades de viejos ordenadores centrales. Aquí es donde comienza la historia de su relación con IBM, tal y como se recoge en IBM System Magazine.
En octubre de 2015, Connor vio el anuncio de un mainframe IBM z890 en venta. Pujó y se hizo con él por 237 dólares. Su padre y él se desplazaron desde su casa de Maryland hasta la Universidad de Rutgers, en Nueva Jersey, para recoger esta unidad central. Primer problema: este equipo mide alrededor de dos metros de alto y pesa casi una tonelada. ¿Cómo llevarlo a casa?
El chico desmontó la máquina para poder meterlo en su furgoneta, cargando el bastidor en un remolque. Una vez en casa, su padre tuvo que escavar bajo el porche para poder meter el mainframe en el sótano.
Reconstruirlo no fue fácil, ya que tuvo que sustituir componentes dañados, volver a cablear, reconfigurar la alimentación a 220 voltios, etc. Tras muchas horas de estudio y consultas a un grupo de discusión de IBM-MAIN, logró poner a punto el equipo.
El chico se gastó apenas 340 dólares para poner en funcionamiento el mainframe. Sin embargo, la puesta en marcha de un sistema como éste costaba originalmente alrededor de 340.000 dólares.
Después de un mes con el ordenador central en funcionamiento y una factura de electricidad de más de 200 dólares, como indica Fast Company, Connor decidió apagar la máquina. Sin embargo, algunas de las personas con las que había consultado durante el proceso de puesta a punto del equipo quedaron impresionados. Uno de ellos incluso le invitó a dar una conferencia a profesionales informáticos en San Antonio (Texas): ‘Me acabo de comprar un IBM z890. ¿Ahora qué?’.
Allí estableció conexión con algunos trabajadores de IBM. Poco después, la compañía le invitó a visitar sus oficinas en Poughkeepsie (Nueva York). Por aquel entonces, Connor estaba cursando algunas clases en un community college, pero no estaba totalmente inscrito en una universidad. IBM pensó que era el momento ideal para trabajar su joven mente.
Así, el chico trabaja en la compañía desde el pasado verano, aprendiendo acerca de procesos de back-end y ayudando en varios departamentos. Por ejemplo, ahora colabora en el laboratorio de investigación de memoria.
Connor todavía no ha definido su futuro pero planea ir a la universidad y trabajar a tiempo parcial en IBM mientras que acaba sus estudios. Y también sopesa la posibilidad de montar un museo con su colección de ordenadores.
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