El transporte público londinense hace tiempo que dejó de aceptar dinero en efectivo. Fue a mediados de 2014 cuando la patronal de transporte de La City puso en marcha la iniciativa sin efectivo.
A pesar de que sólo un 0,7% de todos los pasajeros pagaban sus billetes en metálico, el plan iba a suponer un ahorro anual de 24 millones de libras esterlinas.
La patronal de transporte público española ha partido de este ejemplo para demandar la elaboración de un Plan de Integración del transporte público que facilite un sistema sin efectivo en la red de autobuses urbanos del país.
El primer paso se ha dado en Madrid, donde la EMT (consorcio regional de transportes de la capital) ha instalado un piloto que permite pagar billetes sencillos con tarjeta bancaria sin contacto dentro del propio vehículo.
La medida se ha aplicado a dos líneas de gran afluencia y su expansión dependerá del éxito de la iniciativa. La patronal ha enfatizado algunos de los beneficios que traerá consigo la medida.
La implantación de este sistema permitirá en un futuro la interoperabilidad entre tarjetas de distintas ciudades. A largo plazo dará como resultado un importante ahorro en los costes gracias al aumento de la eficiencia del servicio y reducción de costes de mantenimiento.
La implantación de sistemas de pago contactless en los autobuses urbarnos e interurbanos acarrea consigo oportunidades de negocio. Pensamos en los proveedores de tecnología o en el almacenamiento de datos que genera cada viajero.
La instalación de lectores supone una fuente de información que hay que gestionar y que es además de gran importancia para el sector. Puede extraerse información muy valiosa sobre las líneas más concurridas y los hábitos de los ciudadanos.
La patronal calcula que la adquisición del billete en las paradas obliga a esperar una media de entre 5 y 15 minutos a cada ciudadano. Que el conductor del vehículo sea quien cobra el billete retrasa los tiempos de llegada. La eliminación de la práctica de pagar en metálico en el propio autobús incrementará la velocidad comercial del bus y la eficiencia de la red de transporte de las ciudades.
Cuanto más eficiente sea el sistema más se utilizará el transporte público lo que finalmente repercutirá en la reducción de emisiones de CO2.
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