Las predicciones de apocalipsis llegan de forma regular cada ciertos años. Están las clásicas, que hablan directamente del fin del mundo, y están las especializadas, esas que hablan del fin de una era, de la desaparición de algo que parecía eterno. A principios de diciembre llegó, de la mano de Farhad Manjoo, columnista de The New York Times, un nuevo augurio: el apocalipsis de los gadgets.
Según Manjoo, las señales de que el invierno ya ha llegado para los gadgets que tan divertido hacían el mundo hasta hace nada son inconfundibles: los fabricantes suman año difícil tras año difícil. Fitbit lucha contra la sombra de Apple, GoPro se vuelca en despidos masivos, Nest (propiedad de Google) sigue sin saber hacia dónde avanzar…
Y no, las cosas nunca fueron fáciles para esta industria, basada en gastar mucho dinero en la producción de gadgets que uno o dos años después serán obsoletos, una industria en la que cualquier error puede ser fatal; pero las cosas se pusieron más difíciles en los últimos años: primero, hace casi diez años, llegó el iPhone. Ya no hacía falta tener cámara de fotos, ni reproductor mp3, ni grabadora, ni calculadora, ni podómetro, ni…
El final no llegó ahí y los gadgets parecieron resurgir: llegaron los wearables, los drones, apareció Kickstarter, ¡las impresoras 3D! No obstante, asegura Manjoo, todo es un espejismo. Los éxitos de Kickstarter suelen acabar en decepción, la revolución de la impresión 3D nunca despegó, muchas de las startups de drones no consiguen levantar vuelo. El mundo de los gadgets está cada vez más dominado por las grandes compañías, dice el autor, porque los costes son demasiado altos y la competencia en forma de copias chinas más baratas demasiado dura. Mucho mejor crear una app.
Un paseo por cualquier centro comercial o tienda de electrónica hace que sea fácil cuestionar la opinión de Manjoo: las estanterías están llenas de gadgets de todo tipo. Hay sobre todo dispositivos de las grandes tecnológicas y no tantos de marcas más pequeñas, pero afirmar que la era de los gadgets está acabada solo por eso parece algo exagerado.
Shawn Dubravac, economista jefe de la Consumer Technology Association (organizadora del CES en Las Vegas), opina —como es lógico— lo mismo. «Vendimos más gadgets en 2016 que en toda la historia del planeta», aseguraba en una entrevista a Venture Beat. «Y venderemos más en 2017 de lo que nunca hemos vendido».
Según Dubravac, el problema del artículo de The New York Times es que toma los problemas de algunos fabricantes y los extrapola a todo el mercado. El economista opina que nos acercamos a una era en la que va a ser muy difícil, incluso imposible, crear un gadget que sea atractivo para todo el mercado (un nuevo iPhone), y concede que las novedades lo serán cada vez durante menos tiempo; no obstante, el error está precisamente en seguir midiendo el éxito en función de un mercado masivo. Los gadgets, dice Dubravac, serán cada vez más como piezas que la gente irá seleccionando para ir montando su vida, creando la base para cosas como los hogares inteligentes.
Esos dispositivos crearán redes y usos y necesidades que todavía no somos capaces de predecir. Como ejemplo, recuerda que cuando Steve Jobs presentó el iPhone dijo que era la combinación de tres gadgets: un iPod, un teléfono y un dispositivo con internet. No habló de la cámara. «No previeron en ese momento que el iPhone se convertiría en la cámara por defecto para un gran número de usuarios», asegura Dubravac. «Subestimamos el flujo de la innovación. En el mundo de los gadgets hay mucha experimentación. Y es solo después de toda esa experimentación que descubrimos algunos de los usos».
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