En la actualidad los discos duros tradicionales siguen ganándole la partida a las unidades SSD por una sencilla razón: la capacidad, muy superior a la que pueden ofrecer las unidades de estado sólido. En el resto de prestaciones los SSD comienzan a mostrar sus ventajas (aunque no de forma drástica por el momento), pero su elevado precio los hace muy desaconsejables salvo en casos específicos.
Sin embargo, ese precio podría reducirse de forma interesante durante los próximos meses, algo que haría que las unidades de 64 o 128 Gbytes fueran una interesante opción para muchos usuarios a la hora de instalar en dichos discos los sistemas operativos (que se beneficiarían mucho de esas tasas de transferencia y tiempos de acceso), y luego utilizar un segundo disco duro tradicional de forma auxiliar para el resto de datos.
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