La pandemia provocada por la COVID-19 está acelerando de forma vertiginosa el uso de la banca digital y los servicios asociados a nuestras finanzas. Incluso el denominado onboarding digital, donde los usuarios no necesitan estar presentes en las sucursales para cerrar o formalizar nuevos contratos con los bancos, algo impensable hace unos pocos años.
Por un lado, la banca se ha beneficiado enormemente de este hecho, pero por otro está sufriendo importantes pérdidas debido a los fraudes relacionados con estos procesos. Se calcula que un 2,3 por ciento de una entidad se pierde por el fraude. Por ello, está invirtiendo enormes cantidades de dinero para evitar las posibles brechas de seguridad de sus servicios online, así como asegurar la integridad de los datos de sus usuarios, amenazados constantemente por técnicas (cada vez más sofisticadas) puestas en marcha por los ciberdelincuentes.
Es cierto que no hay un sector más seguro que el de la banca para custodiar el dinero, pero también que los malhechores han puesto el foco en atacar estos sistemas: “Las bandas organizadas han hecho evolucionar el fraude a través de la tecnología, con verdaderas obras de arte”, señalaba en un encuentro digital Xavier Codo, Vice President, Managing Director, Southern Europe & Latam de Mitek. No dudaba en señalar que “todo es hackeable con tiempo y herramientas, pero también con capital”.
El caso más común es el de la suplantación de identidades, por lo que se hace necesario desarrollar e implementar sistemas más exigentes y complejos para detectar los ataques sin que esto interfiera en la experiencia de los usuarios. Esa balanza debe estar bien equilibrada ya que las entidades corren el riesgo de perder a sus clientes en cualquiera de los dos casos si no ponen en práctica las medidas -y la tecnología- adecuadas.
Fabiola Nasca, Senior Cognitive Solutions Manager del Banco Sabadell, admitía que en su departamento han tenido que ponerse a trabajar tras estos fraudes: “los que más se repiten son aquellos que atacan a muchas personas y los relacionados con la suplantación de la identidad, especialmente en personas mayores”.
También es habitual que los fraudes estén relacionados con procesos que se quedan latentes en el tiempo y que se pueden reactivar en cualquier momento: los usuarios no tienen constancia de ello y son muy difíciles de controlar o mitigar.
El problema es que no existe, ni existirá, un método perfecto para mitigar estos problemas, sino que es necesario combinar distintas técnicas, como el reconocimiento facial, las huellas dactilares o la autenticación de doble factor, entre otros.
En el lado de las entidades, también es de vital importancia hacer uso de la inteligencia artificial para detectar posibles fraudes en millones de transacciones analizando cambios en el comportamiento o las operaciones. Estos procesos facilitan enormemente el trabajo de las personas que están detrás realizando el seguimiento, cuyo trabajo seguirá siendo imprescindible.
Con todo esto en mente, las instituciones financieras deben desarrollar nuevas formas seguras y eficientes de identificar y autenticar a los usuarios mientras se mejora la experiencia en el uso de los servicios. Asimismo, deben hacerlo de forma que la información de los clientes esté protegida.
Por último, son las propias entidades las que deben responsabilizarse de educar a los consumidores y enseñarles cuáles pueden ser los riesgos que deben evitar para mantener sus datos y su dinero a salvo.
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