Hace ya casi un mes que Estados Unidos fue a las urnas y confirmó que 2016 pasará a la historia por ser uno de los años más raros (y, según gustos, malos) del mundo contemporáneo. La sorpresa de que Donald Trump fuese el ganador de unos comicios en los que todo el mundo apostaba por Hillary Clinton fue grande, pero se recibió también con cierta resignación. Después del brexit, del referéndum sobre las FARC en Colombia, con el populismo y las extremas derechas creciendo en todas partes, ¿qué otro resultado esperábamos?
Las reacciones y la búsqueda de explicaciones a la victoria de Trump no se hicieron esperar, y pronto dos conceptos aparecieron en todos los análisis: la burbuja informativa y las noticias falsas. Y todas las miradas se dirigieron a Facebook, quizá no como culpable directo, pero sí como responsable importante.
¿Es justo culpar a Facebook de los resultados de un proceso electoral democrático? Mark Zuckerberg se dio por aludido rápidamente y el día 13 de noviembre, tres días después de las elecciones, publicó un post en el que eludía responsabilidades. Sí, sabe que hay noticias falsas en Facebook, pero también que el 99% de lo que se publica es verdadero. Ese 1% no pudo haber jugado un papel muy importante.
Su defensa no fue aceptada y quizá él tampoco tuviese la conciencia del todo limpia, porque el día 19 volvió a hablar del tema, especificando de forma más directa lo que la red social está haciendo para acabar con los bulos: desarrollar un mejor sistema de detección, que sea más fácil reportar ese tipo de contenidos, poner alertas a noticias que hayan sido reportadas en múltiples ocasiones… Pero ¿es suficiente?
La palabra del año 2016, según Oxford Dictionaries, es post-truth (posverdad); una especie de amargo despertar después de que en 2015 la «palabra» escogida fuese el emoji de llorar de risa. Las noticias falsas no son nada nuevo (existen, más o menos, desde que existen las noticias verdaderas), pero sí la forma masiva en la que pueden llegar a la gente a través de las redes sociales. Y por eso Facebook debería destinar más recursos (los tiene) a su detección.
El triángulo es imposible: tal y como están las cosas, parece complicado que coexistan Facebook, la información falsa y la democracia. Si hay democracia y Facebook, no puede haber noticias falsas; si hay democracia y noticias falsas, no puede haber un Facebook (o redes sociales en general) amplificador; si hay noticias falsas y Facebook, la existencia de la democracia en su forma ideal se ve comprometida.
No es que antes de las redes sociales todo el electorado acudiese de forma informada a las urnas, ni mucho menos, pero ahora entran en juego nuevos factores. Porque ya ni siquiera es manipulación a la vieja usanza, buscando un resultado electoral concreto; Buzzfeed News justo antes de las elecciones que muchísimas de las webs de noticias falsas con más engagement en Facebook habían sido creadas por un grupo de adolescentes en un pueblo de Macedonia con el único objetivo de hacer dinero gracias a la publicidad. Probaron también con Bernie y noticias de izquierdas, pero las noticias pro-Trump daban mucho más dinero.
Y no es solo un problema estadounidense: en países como Alemania o Brasil (entre otros), la influencia de las noticias falsas parece estar alcanzando también extremos peligrosos. Lo bueno es que hay solución: tanto Facebook como Google se están tomando el tema serio. No se trata de acabar con este tipo de desinformación; basta con devolverla al lugar marginal que ocupaban antes de contar con el megáfono del social media. Y, de paso, intentar educar poco a poco a los usuarios para que no se dejen embaucar. Si ningún medio de los considerados serios ha cubierto esa súper exclusiva de titular en mayúsculas y con signos de exclamación, quizá debamos dudar de su veracidad.
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