Yoann Artus, Country Manager de Payfit España, explica en esta tribuna cómo la tecnología evoluciona y es impulsora del cambio en las formas de trabajar.
Todos lo estamos notando: el mercado laboral se está transformando a medida que las nuevas generaciones entran en él y conviven con las más mayores. Y, como en todos los entornos (no sólo en el trabajo), entre ambos grupos generacionales existen muchas diferencias. Dos de las más evidentes son la forma de trabajar y la manera de relacionarse en el entorno laboral.
Hasta ahora, hemos conocido una manera de trabajar que viene heredada de años de cultura y tradición, muy marcada por la época de posguerra y la posterior industrialización. La práctica de trabajar 40 horas semanales se remonta a la década de 1920, cuando el empresario estadounidense Henry Ford estableció la semana laboral de 40 horas para los trabajadores de su fábrica de automóviles para mejorar el bienestar de las personas y alcanzar mayores beneficios empresariales, algo que después se extendió por occidente. Sin embargo, se estableció en un momento histórico en el que el contexto social era muy diferente al de hoy en día: la mayoría de las mujeres casadas en Estados Unidos no trabajaba fuera del hogar. En ese momento, la norma laboral de trabajar 40 horas a la semana se adaptó a una estructura familiar en la que el hombre trabajaba fuera del hogar y la mujer se encargaba de la casa y de la crianza de los hijos, y aunque la norma hablaba de 40 horas laborables, la realidad era que su cumplimiento no era lo más habitual.
Los baby boomers crecieron muy marcados por esas prácticas y a lo largo del siglo XX gran parte de la cultura empresarial se basaba en lo poco profesional que era o parecía no pasarse todo el día trabajando. Parecía que si no estabas muy ocupado, no eras un buen empleado. Parecía que si destinabas tiempo a otros ámbitos de la vida, a parte del trabajo, estabas desfasado, permitiendo que infinitas oportunidades pasaran y dejando las puertas abiertas a ser considerado un holgazán.
Aunque esta mentalidad ha evolucionado y esté cambiando de forma evidente, a día de hoy es habitual que las personas mayores tengan una forma de trabajo y de relacionarse tradicional, que básicamente implica largas horas en la oficina, una estructura jerárquica clara, una organización del trabajo lineal y una preferencia por la comunicación directa (ya sea por teléfono o cara a cara), mientras que las nuevas generaciones abogan por una forma de trabajo muy diferente. Las dos palabras clave que están en boca de todos los jóvenes son: flexibilidad y colaboración.
Pero, ¿qué significa ser colaborativo? Una persona colaborativa es aquella que prioriza el trabajar en equipo y compartir ideas, recursos y habilidades con el objetivo de alcanzar un objetivo común. Implica estar dispuesto a escuchar y aprender de los demás, así como a ofrecer ayuda y apoyo cuando sea necesario. Una persona colaborativa es alguien que valora la diversidad de pensamiento y se siente cómoda trabajando con personas de diferentes
orígenes y perspectivas. Y que comparte los logros con lo que considera su equipo, no subordinados (en el caso de séniors o empresarios).
Hemos oído muchas veces que la tecnología ha sido uno de los principales impulsores de este cambio en la forma de trabajar, hasta tal punto que ya se habla de industria 4.0. Sin embargo, nos olvidamos de que la edad (y lo que ello implica en la madurez, energía y mentalidad de una persona) y la etapa de vida en la que se encuentran éstas diferentes generaciones tienen un impacto muy significativo en sus valores y actitudes hacia el trabajo.
La digitalización ha logrado los niveles de hiper-conectividad y movilidad que todos conocemos y sabemos que son muy beneficiosos. Lo que significa que muchas personas pueden trabajar desde cualquier lugar sólo con un ordenador y con conexión a internet. Eso es muy cómodo en la etapa vital en la que están las generaciones jóvenes para poder compaginar todo aquello que quieren hacer en la vida y además facilita enormemente la conciliación.
Es por eso que los millennials y las generaciones que se incorporan tras ellos al mercado laboral, valoran infinitamente más la flexibilidad laboral y la calidad de vida en el trabajo de lo que se hacía antes, cuando era muy habitual ver a trabajadores aguantando en sus puestos de trabajo, aunque hubieran acabado con sus obligaciones, por el mero hecho de respetar la jerarquía y no irse a casa antes que sus jefes. Ahora, tanto los trabajadores como las empresas, buscan fomentar un equilibrio entre las responsabilidades familiares y laborales, aunque, evidentemente, siempre haya excepciones.
Los baby boomers valoran más lo tradicional, la seguridad laboral, el hacer carrera dentro de la misma empresa y usar como fórmula directamente proporcional a su éxito el salario, debido a que están en una etapa de vida en la que se están acercando a la jubilación y quieren asegurarse de tener una buena situación financiera. Y los millennials valoran más el bienestar emocional, el reconocimiento y el poder compaginar diferentes ámbitos de su vida. Pero también hay que destacar que esa digitalización, al mismo tiempo, ha impactado en las relaciones laborales y, por eso, la cultura empresarial y los momentos juntos juegan ahora un papel fundamental para que no se deterioren las relaciones humanas entre trabajadores y compañeros.
En contraste con las generaciones más jóvenes, las personas con mayor recorrido tienden a preferir trabajar en un ambiente de oficina tradicional, donde pueden interactuar con sus colegas en persona. Se sienten más cómodos trabajando en un horario más estructurado y predecible, ya que eso da una sensación de estabilidad y seguridad. Y la realidad es que hay varios estudios que sugieren que las relaciones entre trabajadores cara a cara son beneficiosas. Por ejemplo, un estudio publicado en la revista Harvard Business Review en 2019 demostró que la interacción en persona entre compañeros de trabajo puede mejorar la comunicación, aumentar la productividad y fomentar la colaboración creativa. Otro estudio de la Universidad de Warwick, en el Reino Unido, confirmó que la felicidad de los trabajadores aumenta significativamente cuando tienen interacciones sociales positivas con sus compañeros en el lugar de trabajo y un estudio de la Universidad de California en Berkeley mostraba cómo la comunicación no verba es una parte importante de la comunicación interpersonal efectiva, y que estas señales se pierden cuando se comunica exclusivamente a través de medios digitales.
Otra diferencia importante entre los dos grupos de generaciones es su enfoque en la colaboración. Las nuevas generaciones están acostumbradas a trabajar en equipo, tanto dentro como fuera de la oficina y utilizan herramientas de colaboración en línea para coordinar proyectos y comunicarse con colegas en diferentes ubicaciones. También son más propensos a compartir ideas y conocimientos con sus colegas, creando un ambiente de trabajo más dinámico y creativo.No es así el caso de los talentos sénior, que están más acostumbrados a trabajar de manera más individual, enfocándose en sus propias tareas y proyectos. Pueden ser más reservados al compartir ideas o conocimientos con colegas, y prefieren trabajar de manera más autónoma.
Otro aspecto a considerar es la relación entre las nuevas tecnologías y el trabajo. Las nuevas generaciones han crecido de la mano de la tecnología y se sienten más familiarizados con ella. Como resultado, están más dispuestos a adoptar nuevas herramientas digitales en su trabajo, y lo ven como una herramienta valiosa para aumentar su productividad y eficiencia. Sin embargo, como confirmó en 2021 un estudio de Microsoft sobre la fatiga digital: “el 41% de los trabajadores a nivel mundial se siente agotado debido al uso excesivo de la tecnología en el trabajo”. El estudio también identificó que los trabajadores que colaboran de forma remota pueden sentirse más fatigados que los que desempeñan sus labores en un entorno presencial.
Por su parte, las generaciones más mayores suelen ser más reticentes a adoptar nuevas tecnologías, especialmente si no están familiarizadas con ellas y pueden, por lo tanto, resistirse a aprender nuevas habilidades. Esto puede limitar en gran medida la colaboración y agilidad que aportan las generaciones más jóvenes. Sin embargo, es importante destacar que estas diferencias no son universales y que cada individuo tiene sus propias preferencias y habilidades. Al mismo tiempo, entre los boomers y las generaciones que se incorporan ahora al mercado laboral hay otras generaciones en medio que hacen de nexo entre dos formas de trabajo tan distintas, que, además, tienen mucho que aprender y enseñarse entre sí. Las nuevas generaciones pueden aprender de la experiencia de las más mayores, mientras que estas pueden beneficiarse de la energía y la creatividad de las nuevas generaciones.
Por lo tanto, es importante fomentar una cultura de colaboración y aprendizaje continuo en el lugar de trabajo. ¿Cómo? A través de la escucha, la empatía, la transparencia y la comunicación. Hay que seguir insistiendo en recordar a empresarios, jefes, equipos… que los empleados son personas y que la clave de las relaciones sanas en cualquier entorno es la comunicación, que permite conocerse. El reto está en conseguir el equilibrio entre las diferencias de cada grupo generacional, ya que esto permitirá que las personas de todas las edades trabajen juntas de manera efectiva y se aprovechen las fortalezas y habilidades únicas de cada individuo.