En el reino de las tecnologías de la información, todos los caminos actuales conducen al cloud computing, aunque no todos ellos estén aún finalizados. En el Reino Unido, por ejemplo, los planes del gobierno para impulsar el cloud computing figuran en la agenda de la administración, pero todavía hay preguntas que los funcionarios públicos deben responder. En su análisis, es importante que sean conscientes de ciertos aspectos claves.
Cualquier organización (sea pública o privada) debe elegir entre dos rutas si quiere aprovecharse de los beneficios que ofrece el cloud computing: el camino “evolutivo” o el camino “revolucionario”.
El modelo “evolutivo” es adaptativo, lo que quiere decir que la institución complementa la infraestructura informática de que dispone trasladando sus aplicaciones a un entorno de nube sin alteraciones radicales de los servicios y aplicaciones que utiliza en ese momento. Los beneficios más típicos son unos costes inferiores y una productividad mayor. Para conseguir esto, los usuarios deben aprovisionar y gestionar sus propios entornos de computación y almacenamiento. Quienes se decantan por este modelo suelen optar por nubes privadas, porque quieren aprovecharse de las ventajas de la escalabilidad sin moverse de sus entornos por la mayor conectividad y sensación de seguridad que les ofrecen.
Sin embargo, otras organizaciones buscan una mejora más drástica de costes y eficiencia, impulsada por las cada vez mayores restricciones de las inversiones en centros de datos, necesidades energéticas e infraestructuras de refrigeración. En estos casos, lo normal es que se opte por el enfoque “revolucionario”. Para alcanzar estos beneficios es necesario reescribir las aplicaciones específicamente para entornos de nube. Estos cambios en el software suponen inversiones iniciales mayores que las de la ruta evolutiva, pero a largo plazo redundan en un ahorro mayor y un aumento más pronunciado de la eficiencia. En ningún lugar es más evidente el modelo revolucionario que en los grandes centros de datos a “hiperescala”, como los que se podrían usar en entornos de nube.
Cualquier organización que se decante por el cloud computing – ya sea en su modelo evolutivo o revolucionario – tendrá grandes beneficios en términos de escalabilidad y computación compartida. La escalabilidad, por ejemplo, es crucial cuando hay un aumento exponencial de los datos a almacenar. Los hospitales, por ejemplo, afrontan unas demandas astronómicas en este sentido, debido a los avances en tecnologías de imágenes sumamente avanzadas. En entornos informáticos tradicionales, los sistemas computarizados para el archivo digital de imágenes (o PACS), que almacenan radiografías y mapas de ultrasonidos, entre otros tipos de imágenes, se almacenan digitalmente en equipos individuales o en discos duros externos. En estos entornos, la capacidad de almacenamiento se debe gestionar con cuidado y ampliar con regularidad para garantizar que se dispone de espacio suficiente. Además, debe haber personal sanitario destinado en el punto de trabajo concreto para extraer las imágenes solicitadas. Sin embargo, un entorno de computación en nube puede poner las imágenes y otros datos críticos a disposición de todos los proveedores en cualquier momento, siempre que cuenten con las credenciales y el nivel de seguridad apropiados. Y casi igual de importante, el espacio de almacenamiento en la nube es flexible, lo que significa que se puede ampliar con relativa sencillez y velocidad, si se compara con los sistemas de planificación e implantación tradicionales.
Otro elemento crucial es la capacidad del cloud computing de hacer frente a un aumento repentino de la demanda de una red o servicio concretos. Para ilustrar esta idea, pensemos en las épocas de matriculación en las universidades. Al comienzo del periodo temporal en el que se produce esta actividad, se puede ampliar automáticamente la capacidad de almacenamiento en la nube casi sin planificarlo con antelación. Y una vez finalizado el periodo de matriculaciones, la potencia de computación puede volver a sus niveles normales durante el resto del semestre. Esto significa que la institución puede ahorrarse la adquisición de caros equipos que permanecen ociosos durante largos periodos.
El uso basado en utilidad es otro beneficio esencial. Al igual que sucede con el agua o la electricidad, el uso de los recursos en el cloud computing (sea el modelo evolutivo o el revolucionario) se puede medir, lo que significa que sólo pagas aquello que utilizas y que cuando es necesario puedes acceder a toda la potencia que quieras. Las organizaciones más pequeñas pueden contratar un nivel de recursos que, tradicionalmente, solo estarían al alcance de grandes empresas. Por ejemplo, durante la Copa del Mundo, las páginas Web de deportes usaron el cloud computing para hacer frente al aumento de la demanda. “Alquilaron” parte de su capacidad a empresas con mucha potencia de computación (como Amazon y la plataforma Azure de Microsoft). Esta fue una solución mucho más razonable que realizar grandes inversiones en hardware, instalarlo y preparar sistemas de gestión para unos niveles de capacidad que raras veces tendrían que utilizar. Por esta vía, las pequeñas empresas pueden disfrutar de todas las ventajas que aporta ser una gran organización sin las correspondientes inversiones.
En el sector público, esto puede tener profundas repercusiones. En la educación superior, el acceso a la CAR (Computación de Alto Rendimiento) sólo suele estar al alcance de las universidades de primer nivel. Sencillamente, muchas instituciones no tienen el dinero necesario para financiar instalaciones de supercomputación a gran escala para sus facultades y estudiantes. En cambio, gracias a la computación en nube, sería posible acceder a tales recursos y medir su uso lo que contribuiría a igualar la situación de las distintas instituciones.
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