Las metodologías ágiles surgieron para dar respuesta a los rápidos y complejos cambios del mercado. Este movimiento nació en 2001 y se extendió por todo el mundo gracias a un software que daba paso a una mejora continua y una ejecución impoluta en el ámbito administrativo, todo un reto en las organizaciones del siglo XXI. A lo largo de los años ha ido evolucionando y, aunque empezó como una solución para administrar equipos pequeños, se ha convertido en la mejor forma de administrar ágilmente organizaciones enteras.
Todo empezó con la publicación del Manifiesto Ágil, un documento redactado por 17 expertos en programación que supuso un cambio radical en la manera de desarrollar un software. Sin embargo, en parte su éxito reside en que la filosofía que promueven es extensible al desarrollo de cualquier tipo de producto. Frente a los rígidos y fríos modelos tradicionales, estos gurús presentaron cuatro valores que inspiran las metodologías ágiles que han ido surgiendo: valorar a los individuos y las interacciones del equipo sobre el proceso y las herramientas, valorar el desarrollar un software que funcione más que obtener una exhaustiva documentación, valorar la colaboración con el cliente más que la negociación de un contrato y valorar el responder a los cambios más que seguir estrictamente un plan.
En este sentido, las organizaciones que apuestan por una transformación digital total suelen incluir y desarrollar metodologías ágiles en sus distintos departamentos para entregar los productos con una mayor calidad y con un coste y tiempo reducidos. Según el estudio Pulse of the Profession, elaborado por Project Manager Institute, las empresas ágiles incrementan sus ingresos un 37 % más rápido y generan un 30% más de ganancias frente a las que no se gestionan ágilmente. Además, este mismo informe asegura que el 71% de las organizaciones utilizan enfoques ágiles para sus proyectos.
Por definición, las metodologías ágiles son aquellas que permiten adaptar la forma de trabajo a las condiciones del proyecto, consiguiendo flexibilidad e inmediatez en la respuesta para amoldar el proyecto y su desarrollo a las circunstancias específicas del entorno. Las instituciones que apuestan por esta metodología lo hacen con el objetivo de gestionar sus proyectos de forma flexible, autónoma y eficaz, reduciendo los costes e incrementando su productividad.
Entre las ventajas que han desencadenado su popularidad, la gestión ágil de proyectos fomenta el enfoque proactivo de los miembros del equipo en la búsqueda de la excelencia del producto, el cliente está más satisfecho al verse involucrado a lo largo del proceso de desarrollo, da pie al trabajo colaborativo, la oportunidad de revisar y adaptar el producto a lo largo del proceso ágil y permite a todos los miembros del proyecto ejercer un mayor control sobre su trabajo. Además, la gestión ágil del proyecto elimina prácticamente la posibilidad de fracaso absoluto porque los errores se van identificando a lo largo del desarrollo, en lugar de esperar a que el producto esté acabado y toda la inversión realizada.
Agile no sólo es una metodología para desarrollar un tipo de software concreto. Se trata de una revolución imparable en los negocios, sin importar su sector, y en todos los procesos empresariales. A su vez, adoptar la mentalidad ágil implica un cambio en el ADN de la mayoría de las organizaciones, especialmente para las grandes empresas tradicionales con procedimientos y prácticas muy arraigadas. Dado que Agile es una mentalidad, todavía le queda mucho camino por recorrer y seguir creciendo. No sólo sobrevivirá en los próximos años, sino que también mostrará el futuro de los negocios.
En esta línea, informes como el de Empleos Emergentes elaborado por Linkedin, sitúan a la figura del Agile Coach y experto en metodologías ágiles en el puesto número seis de perfiles con más demanda, con un 57% de crecimiento anual. Por lo que, es el momento perfecto para formarse en este ámbito, y la prueba de que el futuro de las metodologías ágiles es más que prometedor.
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