Al fin y al cabo, lo importante no debería de ser gastar menos, sino invertir mejor los recursos para obtener la máxima rentabilidad y productividad. En el ámbito de las nuevas tecnologías, esto no siempre sucede, y la clave está en una palabra: calidad.

Si bien la inversión en tecnología se ha reducido como consecuencia del actual clima de incertidumbre -un informe de IDC afirmaba que hasta 2014 no recuperaremos el nivel de gasto que se alcanzó en 2008-, la actividad diaria de muchas empresas sigue necesitando la adquisición o el desarrollo de soluciones para afrontar el día a día de su operativa. Aplicaciones, plataformas de software o herramientas diseñadas a medida son sólo una parte del capítulo dedicado a inversiones en sistemas que buena parte de las compañías españolas tienen que hacer para mantener actualizadas sus infraestructuras y los servicios que prestan a sus clientes, aunque no se trate de grandes proyectos. Sin embargo, es en las primeras fases de ese proceso de desarrollo y actualización donde se cometen los errores más graves que supondrán, a la postre, nuevos gastos que habrían sido innecesarios de haber actuado de otra manera.

Cuando decidimos incorporar a nuestra empresa un nuevo sistema de gestión, una nueva plataforma de pago, una aplicación “ad hoc” o, simplemente, una mejora en nuestra página web corporativa, debemos tener en cuenta que estamos añadiendo una pieza en nuestra arquitectura tecnológica que debe encajar no sólo con lo que ya tenemos en funcionamiento, sino con los medios de que disponen los clientes. No es fácil hacer hablar entre sí a sistemas operativos diferentes, como tampoco lo es diseñar una aplicación que deba funcionar de la misma manera sobre todo tipo de navegadores o sobre toda clase de dispositivos de acceso, desde un ordenador de sobremesa hasta un teléfono móvil. Para ello, no basta con cuidar cada línea de código programada, sino que es necesario someter a prueba el trabajo para garantizar que el funcionamiento de los sistemas será correcto en el futuro.

Javier Mazo, responsable de Marketing Vector Software Factory

Esta tarea de prueba, que debería de estar presente en cualquier proceso de desarrollo de software, se considera, por desgracia, un inconveniente que muchas empresas asumen con desgana. Un informe de la Asociación de Técnicos de Informática (ATI) ya advertía de esta situación hace un par de años, indicando que algo más del 42% de las empresas del sector TIC español apenas aplicaba ocho de las prácticas de depuración eficiente y pruebas de software recomendadas por el Quality Assurance Institute, y que menos del 16% podía presumir de alcanzar la excelencia en este terreno.

Los problemas de calidad no sólo afectan al desarrollo de aplicaciones. También lo hacen en el terreno de la accesibilidad. Los datos del último “Observatorio de Accesibilidad de las Páginas de Internet” señalan que el promedio de accesibilidad de las páginas web de las principales empresas españolas no llega al 37%, y que son los portales de los medios de comunicación los que peor puntuación obtienen en este apartado. En buena parte de los casos, es el diseño lo que termina arruinando una buena experiencia de uso, sin olvidar que fracasar en accesibilidad significa poner barreras a los usuarios y limitar nuestras posibilidades de rentabilizar nuestro negocio.

El resultado de desarrollar primero y probar después suele ser, a menudo, uno de los principales motivos de que los proyectos informáticos tengan un coste final superior al del proyecto inicial. No es lo mismo corregir los errores a medida que se detectan los primeros fallos que concluir un desarrollo y tratar de introducir parches después. Es un mecanismo que debe cambiar para adoptar prácticas más eficientes que den como resultado la consecución de objetivos mediante servicios que realmente funcionen como se espera de ellos. En juego hay algo más que el presupuesto de la empresa: la reputación y la buena imagen de una marca puede depender de ello.

Redacción Silicon

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