“Inteligencia Artificial y Machine Learning, por nombrar solo dos, tienen el potencial de hacer o deshacer la humanidad”. Así de contundente se muestra Jorge Lukowski, Vicepresidente Global de Marketing y Comunicación en NEORIS, en esta tribuna de opinión.
En los años 30, un científico ya advertía que los humanos estaban alterando el clima del planeta. El ingeniero británico, Guy Stewart Callendar, señaló que la región del Atlántico Norte se había calentado significativamente justo después de la Revolución Industrial. Sin embargo, a diferencia de Callendar, la mayoría de la gente no pensaba en los efectos de la Revolución Industrial a largo plazo en ese momento. El mundo occidental se embarcó en un proceso que trastocó la sociedad y la economía con la única esperanza de que los efectos positivos de las nuevas tecnologías superaran los peligros potenciales.
Medio siglo después ya era evidente que la Tierra estaba pagando un alto precio, pero no fue hasta el 2006 – cuando el ex vicepresidente de los Estados Unidos, Al Gore, presentó al público Una Verdad Incómoda –, que el cambio climático se convirtió finalmente en un asunto urgente, y las consecuencias negativas de la Primera Revolución Industrial volvieron a hacerse presentes.
A medida que el año 2020 llegó a su fin, la Cuarta Revolución Industrial comenzó. Pero esta vez, con el beneficio de la retrospectiva, podemos elegir qué tipo de mundo queremos construir con las tecnologías digitales en lugar de sólo esperar que pase lo mejor. De hecho, algunas de las tecnologías que se están desarrollando actualmente – Inteligencia Artificial y Machine Learning, por nombrar solo dos –, tienen el potencial de hacer o deshacer la humanidad.
Para que las sociedades puedan decidir qué efectos tecnológicos magnificar y cuáles mitigar para crear un mundo que siga siendo amigable para el ser humano, el conocimiento digital no puede permanecer concentrado en la industria tecnológica. Los responsables de la formulación de políticas, los educadores, los padres, los consumidores… Todos debemos dominar las tecnologías digitales si queremos construir un mundo que sea inclusivo y que funcione para todos.
Desafortunadamente, esto no sucederá a menos que los gobiernos, instituciones y empresas tecnológicas se propongan intencionalmente educar a la sociedad. La falta de profundidad en el conocimiento digital de la población mundial no mejorará solo con el tiempo. Contrario a la creencia popular, ser nativo digital no es suficiente para comprender todas las complejidades e implicaciones presentes en un mundo impulsado por la tecnología; incluso puede ser contraproducente. Además, algunas de las tecnologías que se están desarrollando pueden generar progreso, pero también debemos tener en cuenta los posibles efectos negativos que pudieran ocasionar.
Los jóvenes que nacieron digitales tienen una sensación más intuitiva de cómo funciona la tecnología, pero la mayoría de las veces esa familiaridad les impide profundizar más. Saben cómo usar una aplicación, pero tienen muy poca idea de lo que hay detrás de la interfaz de usuario; cómo se están usando sus datos o qué tipos de decisiones está tomando el algoritmo para ellos, por ejemplo.
Hasta ahora, los gobiernos, las escuelas, las familias y otras instituciones sociales han sido los lugares donde se ha transferido el conocimiento digital. Sin embargo, la aceleración del cambio tecnológico está dificultando que estas instituciones se mantengan al día. Por ejemplo, a medida que la Inteligencia Artificial se hace más prevalente, los ciudadanos necesitarán saber mucho más que sólo cómo interactuar con ella. Desafortunadamente, la IA es extraordinariamente compleja. Por eso, la mayor responsabilidad de educar al público y de incluir a personas que no son expertos en IA en la conversación sobre lo que necesitamos y lo que debemos esperar de esta tecnología recae en nosotros, el sector tecnológico.
En definitiva, la educación tecnológica debe comenzar mucho antes; en la escuela primaria, y llegar a una parte mucho más amplia de la sociedad. Los funcionarios gubernamentales deben tener suficientes conocimientos técnicos para comprender las cuestiones políticas, sociales y éticas que pueden surgir a medida que evoluciona la tecnología. Tomemos, por ejemplo, el caso de los medios de comunicación social. Facebook cumplirá 20 años en breve, y los gobiernos recién ahora comienzan a cuestionar los valores y la ética detrás de sus algoritmos. Lo mismo ocurre con Google, cuyo poder monopólico en el mercado de la búsqueda pasó casi desapercibido hasta ahora, salvo en la Unión Europea.
La tecnología digital puede crear una enorme prosperidad. El 2020 convenció incluso a los más escépticos. Pero ese año tumultuoso también demostró que la distribución equitativa de esa prosperidad no es un hecho. La brecha en el acceso a la banda ancha, el conocimiento digital y el capital entre el mundo desarrollado y el mundo en desarrollo y entre el mundo urbano y el rural es el talón de Aquiles de la Cuarta Revolución Industrial. A medida que la digitalización se acelera, nos enfrentamos a una oportunidad que se da sólo una vez por generación. Podemos aprender de nuestra experiencia con la Primera Revolución Industrial y desempeñar un papel activo en la orientación del cambio tecnológico hacia la promoción de sociedades digitales inclusivas y equitativas. Si no lo hacemos, podemos terminar con el equivalente digital de una catástrofe climática en nuestras manos.