La necesaria digitalización de las empresas, erigida como un nuevo dogma para enfrentarse a la “uberización”, la integración de las nuevas generaciones y la reorganización económica de los espacios de trabajo (espacios abiertos, oficina flexible), obligan a una redefinición de la organización del trabajo y de su espacio (puesto de trabajo digital). Y ante una quimérica desconexión de los empleados fuera del horario laboral, la calidad de vida en el trabajo invita a repensar el difícil equilibrio entre las necesidades personales de los trabajadores y la mejora de la eficacia y la productividad individual y colectiva. El CIO juega un papel importante en esta transición, pero ¿dispone de medios para controlarla?
La antropóloga Stefana Broadbent explica en su obra “Intimacy at Work”* que existe un retraso en la adopción de cada nuevo canal de comunicación debido a la dificultad que tiene el usuario para administrar su propia disponibilidad. Un fenómeno que refleja el miedo a encontrarse “demasiado disponible, demasiado accesible y verse interrumpido con demasiada facilidad”.
Entre todos estos canales, “la mensajería instantánea apareció en su momento como un canal muy disruptivo, porque introdujo la idea de estar permanentemente conectado”. El CIO podría imponer reglas sobre el uso adecuado de estas nuevas herramientas o regular el número de ellas en uso.
Sin embargo, esta cultura del “ASAP” (As soon as posible o lo antes posible) florece en los negocios e impone una dictadura de la inmediatez gracias a la instantaneidad de las comunicaciones, un fenómeno agravado por la presión de las redes sociales, que exigen respuestas inmediatas.
El resultado es un nuevo síndrome conocido como FOMO (del inglés fear or missing out, temor a perderse algo), algo así como una norma impuesta que nos obligara a mantenernos conectados en todo momento. Y el teléfono móvil, que no es ajeno a todo esto, actúa como un acelerador: según Deloitte**, en 2018 los estadounidenses consultaron sus smartphones una media de cincuenta y dos veces al día.
Recientemente hemos visto cómo han surgido reacciones a esta situación. El derecho a la desconexión nos anima a reconsiderar nuestra relación con la inmediatez y el tiempo, y a controlar mejor esta dependencia. El iPhone ofrece la posibilidad de medir, en tiempo real, el tiempo de pantalla por cada aplicación y el número de notificaciones recibidas cada hora.
El caso del móvil es el mejor ejemplo porque permite grabar vídeos, fotografiar, divertirse (ver películas), pagar, viajar (reservas y billetes), orientarse (Waze, Google Map), identificarse
(credenciales), conectarse a Internet, despertarse y comunicarse por voz, texto, vídeo… Ya sea para necesidades personales o profesionales, la pantalla se ha convertido en un elemento esencial en nuestra vida diaria.
Un estudio, realizado por B2X en 2017 en cinco países nos dice que el 11% de los estadounidenses prefieren perder a su pareja durante un mes antes que perder su teléfono, el 56% no cambiaría su smartphone por un aumento de salario del 10%, y el 50% tampoco cambiarían sus teléfonos inteligentes por un mes de vacaciones…
Además, la pausa para comer no es lo mismo sin sus dispositivos, e incluso en los momentos con los colegas o en las pausas para el café en la oficina, el teléfono raramente no está presente.
La eliminación de la vida personal a expensas de la vida profesional es también la consecuencia de la interrupción constante de mano de las múltiples notificaciones, de la ampliación de los horarios de trabajo, del desarrollo de las estrategias de la oficina flexible, el teletrabajo, etc. De hecho, la extensión de lo que hoy se llama puesto de trabajo digital.
¿Qué equilibrio profesional se puede encontrar en un espacio hiperconectado, un lugar donde la interrupción es protagonista? La empresa tiende a integrar cada vez más los nuevos ritmos (lugares y horarios de trabajo) de sus colaboradores. La tecnología no se pone en cuestión, es su utilización, sus reglas de uso, lo que debe examinarse; y a este respecto, el papel de la dirección de la empresa es fundamental. La redefinición del espacio de trabajo en la empresa, o del espacio de trabajo digital, es una oportunidad para repensar la relación con el trabajo.
Si bien la calidad de la vida laboral se ha convertido en una de las principales preocupaciones de los responsables de recursos humanos y de directivos como el CIO, esta ocasión es una oportunidad para establecer las reglas para un uso adecuado de las herramientas de comunicación y para acompañar a los equipos en esta transición digital, que puede llegar a ser invasiva en algunos aspectos.
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