Como estamos tan pegados a la realidad apagando fuegos, la mayoría de los mortales no encuentra el tiempo para detenerse y pensar en un hecho asombroso: que entre 2006 y 2012 se ha puesto en circulación –gracias a las nuevas tecnologías de la comunicación y su “socialización”– más información que toda la acumulada en la historia de la humanidad hasta ese momento. Y que este volumen de información probablemente se duplicaría cada dos años a partir de 2012.
Escuché hace poco en boca de un colega de China una expresión que tradujo literalmente al español como “hombre USB”. Lo dijo en un debate en el que intentaba con una metáfora ilustrar la paradoja de la era global actual: ese “hombre USB” puede ser cualquiera de nosotros, enchufándose y desenchufándose de diferentes fuentes de información y colmando rápidamente su capacidad para almacenar datos. El hecho es que cualquier persona que trabaje en una empresa es un reflejo hoy día de lo que ocurre a gran escala: que el volumen de información al que tenemos acceso es tan abrumador, que sencillamente nuestros cerebros están saturados. Lo que quiero decir con esto es que no por tener acceso fácil a la información, no por ser más accesibles nosotros a los demás, bien por email, mensajerías diversas, chats, redes sociales, etc., estaremos mejor informados, o mejor conectados; ni por tener múltiples aplicaciones al alcance de nuestros dedos seremos automáticamente más resilientes. Que no se entienda con esto que estoy en contra de las nuevas tecnologías, nada más lejos de mi intención. Pero sí creo que necesitamos aprender a utilizarlas mejor para que nos ayuden a reforzar nuestra resiliencia. Como dice Pascual Serrano en su último libro “La Jibarización de la Comunicación”, las nuevas tecnologías, en sí son neutrales, pero no es neutral nuestra utilización de ellas.
Por otra parte, entiendo Resiliencia en este caso concreto como la capacidad del individuo, de equipos y por tanto de organizaciones para recuperarse de las adversidades, y travesías del desiertos que estos tiempos inciertos nos están obligando a padecer. En mi libro Resiliencia, he descrito cinco dimensiones clave que conforman el atributo: la determinación en la consecución de metas, la autoestima, el “optimismo inteligente”, la capacidad para relacionarnos, y la agilidad. Si bien las nuevas tecnologías de la comunicación pueden ser aliados insustituibles para reforzar aspectos como la consecución de metas, la capacidad para relacionarnos, y sobre todo nuestra agilidad para responder rápidamente y con flexibilidad al entorno cambiante, no todo lo que reluce es oro. El “proceso de la resiliencia”, requiere primero digerir la realidad. La realidad, que queremos construir a partir de la información del entorno, en estos tiempos es cada vez más equívoca: ¿Cómo contrastar tanta información? ¿Qué información es fiable? ¿Qué es distorsión? Como al final, nuestra realidad está conformada por lo que creemos y no por lo que sabemos, y como lo que sabemos no estamos seguros siquiera de saber dadas todas las fuentes dispares, corremos el riesgo de fundirnos en un marasmo de incertidumbre. Lo cual tiende a incrementar nuestra ansiedad, poniendo por tanto en peligro nuestra resiliencia. La sobredosis de datos y las múltiples interrupciones sonoras demandando nuestra atención pueden distraernos e incluso estimularnos, pero si no logramos gestionar el fenómeno, si al contrario somos nosotros los que estamos siendo gestionados por él, nos encontraremos con mucha información, sin formación, muchos titulares y píldoras de conocimiento triviales, sin la textura necesaria para la reflexión personal.
¿Cómo por tanto podemos optimizar la utilización de las nuevas tecnologías en la empresa para impactar positivamente nuestra resiliencia?
Como Coach Ejecutivo que además necesita de las nuevas tecnologías incluso para esta actividad, encuentro a cada vez más personas en el entorno organizativo que afirman estar al borde del proverbial “ataque de nervios” por estos factores que acabo de describir. Pero también encuentro a otros, perfectamente en control, más a gusto, y más “resilientes”. Presentan puntos de diferencia crucial con respecto a estos otros colegas que se encuentran en la zona de las tres “F”: Freeze (parálisis, incapacidad para moverse), Fight (Conflicto), o Flight (Huida).
– Aceptan que no lo pueden abarcar todo, y establecen prioridades de conocimiento.
– Gestionan el tiempo que dedican a su “disponibilidad”: no tienen miedo de no responder a un chat, un tweet, un Whatsup, un email, o una llamada, en el acto. No dejan que los 90 emails en su bandeja de entrada les quite el sueño. Priorizan, se concentran en lo que PUEDEN abordar, no en lo que NO PUEDEN.
– Filtran: saben qué poner en el embudo, y qué esperan que salga del embudo al final. O sea, afinan con las preguntas que se hacen, se concentran en fuentes de confianza, en lugar de leer en diagonal 20 artículos de calidad no contrastada se dedican a 5 de fuente fidedigna y los leen desde comienzo a fin.
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