Cualquier persona de fuera del mundillo tecnológico al que se le explique se dará cuenta en pocos segundos: ¿startups que dan pérdidas, pero con rondas de financiación que las valoran en más de 1.000 millones de dólares? Hay algo que no encaja. No obstante, en Silicon Valley hace falta que un inversor como Bill Gurley publique un largo artículo explicando por qué esto es un problema para que la industria empiece a darse cuenta. Tener un unicornio en Silicon Valley es caro y está metiendo a la industria en un peligroso círculo vicioso.
Hace un año estos unicornios, startups valoradas en 1.000 millones de dólares o más, eran bellas criaturas con las que todo el mundo quería codearse. El dinero fluía ronda tras ronda de financiación, los inversores se imaginaban invirtiendo en el próximo Facebook y los fundadores se veían como los nuevos Mark Zuckerbergs. No preocupaba que el negocio en sí no diese todavía beneficios: el objetivo era centrarse en crecer, en aumentar cuota de mercado, el resto vendría solo a su debido tiempo. Pero no fue así.
A finales de 2015 las cosas se empezaron a torcer: la financiación para startups cayó un 29% en el último trimestre con respecto al anterior, y siguió cayendo a principios de 2016. Las startups empezaron a hacer cuentas -llegaron los despidos, aumentaron los precios para los usuarios, llegó el miedo. Dos salidas lógicas para muchas de estas compañías estaban cerradas: no podían esperar ser compradas a esas altas valoraciones, y pensar en una OPV provocaba terror, ya que sus valoraciones posiblemente bajarían y sus inversores perderían dinero.
El artículo de Gurley continúa su historia de terror con la llegada de un depredador de unicornios: los tiburones. ¿Quiénes son en esta analogía? Inversores oportunistas que ven en la necesidad de dinero de las startups un blanco fácil. En un momento en el que muchas firmas de inversión ya no están dispuestas a ofrecer dinero a una valoración tan alta y los fundadores temen tener que cerrar rondas de financiación a valoraciones más bajas (una especie de señal de fracaso y una puñalada casi mortal para el ego), estos tiburones llegan vestidos de corderitos ofreciendo todo el dinero que piden las startups. Como en cualquier préstamo en el que todo es fácil, la letra pequeña hace que firmar esa financiación sea casi como vender tu alma al diablo.
Uno de los grandes peligros de la situación es que es una bola de nieve que no hace más que crecer: las startups quieren más dinero para poder empezar a crear ese negocio que de verdad dé beneficios; las firmas de capital de riesgo quieren más fondos para prepararse para el momento en el que todas esas startups en las que han invertido pierdan su valor -empiezan a ofrecer a particulares inversiones “muy ventajosas” y “sin riesgo” que suelen ser todo lo contrario -; los tiburones se relamen y nadan a sus anchas.
¿Cómo se llegó hasta aquí y cómo se puede salir? Gurley menciona varios factores: el ego de los fundadores, casi tan inflado como la burbuja de la que forman parte, que han crecido escuchando que “crecer es lo primero” y “los beneficios ya llegarán” y no quieren aceptar rondas a valoraciones más bajas; la poca transparencia que hay en las finanzas de estas startups (son, al fin y al cabo, firmas privadas) y el poco conocimiento económico; y, en definitiva, que se ha invertido demasiado dinero.
La única salida es tan lógica para el ciudadano de a pie como terrorífica para la startup: que el negocio empiece a dar beneficios. Esa independencia económica es la única que permitirá a los unicornios salvarse de la extinción.
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