La pasada semana diversas empresas especializadas en economía, tecnología y sociedad (Fortune, Re/code, Vanity Fair…) han organizado diversos encuentros con importantes ejecutivos e inversores del sector tecnológico y parece haber un lugar común transitado por todos, invitados, asistentes, informantes: vivimos una burbuja tecnológica.
Una de las referencias era el crecimiento de plataformas como Uber, que viven una amplia expansión por todo el mundo gracias al dinero procedente de los inversores, pero estos comienzan a mostrar su preocupación porque sus fondos supongan una especia de subsidio para continuar una expansión ilimitada, con elevados costes para llegar a una amplia clientela, mientras los ingresos no llegan a concretarse y de hecho se constata que no se está consiguiendo una amplia base de usuarios que paguen por el servicio ofrecido y, por tanto, permitan recuperar la inversión. Se corre el riesgo de que finalmente se agoten los fondos suministrados por los inversores de riesgo sin que se llegue a recuperar ni una fracción significativa de dichas inversiones (aquí habría que recordar que por algo se las denomina “inversiones de capital-riesgo“).
Fue significativo que en una de las conferencias auspiciadas por Vanity Fair uno de los directivos de Benchmark (firma de inversiones de capital riesgo) lanzase la invitación a la audiencia para que alzasen la mano quienes pensaban que estamos viviendo una burbuja tecnológica y fuesen multitud quienes lo hicieron. La percepción existe y de forma generalizada.
Dan Primack, de Fortune, explicó cómo en los últimos tiempos las rondas de financiación resultan complicadas para las empresas que buscan capital y no ofrecen muestras de rentabilidad o de estar ya obteniendo ingresos. Una clara muestra de que la confianza comienza a quebrarse… o por lo menos a exigir unas mínimas garantías.
Quizá contradictoriamente algunos analistas llegan a la conclusión de que precisamente Uber, paradigma de este tipo de comportamiento que explicaría la actual burbuja tecnológica, sí podría salir adelante gracias al gran tamaño alcanzado. Valorada actualmente en más de 51.000 millones de dólares, será precisamente su amplia expansión (a pesar de los vetos en múltiples ciudades y algunos países) lo que permita que pueda desarrollar de manera adecuada su modelo de negocio, poder obtener ingresos y alcanzar una cierta rentabilidad. Pero habrá pocos casos similares.
Cabe recordar que algo similar se pensó en su momento de Facebook, pero esa “sobrevaloración” que algunos argumentaron es hoy parte de la historia de las percepciones erróneas dado que la empresa de Zuckerberg está valorada en unos 200.000 millones de dólares. Pero comparar estos dos casos de tremendo éxito con la gran cantidad de empresas que cada día se disputan parte del jugoso pastel del sector tecnológico es, quizás, lo que conducirá a que en algún momento, si no se toman las debidas precauciones y se pierde el contacto con la realidad, haga que estalle esta burbuja tecnológica con unos efectos que en el peor de los casos dejarían en mantillas a lo que sucedió con “la crisis de las puntocom” en marzo del año 2.000.
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