El comunicado de la elección de Satya Nadella como tercer CEO de la historia de Microsoft encierra un segundo anuncio en su interior, y uno bastante notable además: el regreso del primer CEO de la compañía a lo que llamaríamos coloquialmente como el terreno de juego. Cuando Steve Ballmer anticipó su marcha, fueron muchos los sustitutos que se barajaron. Desde Qi Lu, Julie Larson-Green y Tami Reller hasta Stephen Elop, Tony Bates, Steve Sinofsky, Paul Maritz o Mark Hurd, pasando por el propio Nadella, que siempre fue un postulante de peso. También se llegó a hablar de Alan Mulally, Steve Mollenkopf y Hans Vetsberg.
Pero hubo un nombre que se descartó de inmediato. Bill Gates nunca fue una opción para dirigir la Microsoft post-Ballmer desde la butaca de CEO, ya que él mismo formaba parte del comité especial encargado de estudiar la idoneidad de cada candidato y habría sido un plan B demasiado caro. O, directamente una maniobra de distracción absurda.
Por otra parte, su perfil de empresario tecnológico se fue diluyendo a medida que tomaba forma el de hombre dedicado a causas filantrópicas a través de la Fundación que posee junto a su mujer y que ha suavizado su imagen de cara a la sociedad. Sus declaraciones, por si alguien todavía lo creía posible, tampoco dejaban lugar a muchos equívocos.
Hasta esta semana parecía que Gates estaba con un pie fuera de Microsoft más que dispuesto a protagonizar un gesto heroico al más puro estilo Steve Jobs, por los motivos que fuesen. Por propia voluntad para poder dedicarse a su vocación solidaria o por no obstaculizar la entrada de aire fresco con una reestructuración genuina. Gente nueva, ideas nuevas y metas nuevas se visualizaban como el camino a seguir a partir de este mismo año. Pero, ¿será posible? ¿Qué consecuencias tienen los cambios introducidos esta semana? ¿Saldrá Microsoft beneficiada o perjudicada?
El por qué y sus repercusiones
Bill Gates ya no seguirá siendo el presidente del Consejo de Administración, pero tampoco se quedará en casa. Permanece como miembro del Consejo y a partir de ahora asumirá el papel de asesor tecnológico. Esto último significa que tendrá línea directa con Satya Nadella y con los grupos de trabajo, pudiendo imponer su visión si cree que es la correcta y los demás tienen a bien seguirla.
No sabemos a ciencia cierta cómo se ha llegado a este punto. Pero según la carta que Satya Nadella ha remitido a sus empleados, debemos pensar que la idea ha sido suya. En ella dice claramente: “le he pedido a Bill que dedique más tiempo a la empresa, centrado en tecnología y productos”. Y Bill responderá activamente, dedicando al menos un tercio de su disponibilidad a reuniones con distintos equipos. “Será divertido definir esta próxima ronda de los productos, trabajando juntos”, ha dicho. Así visto no se trataría de una injerencia, sino de necesidad pura y dura.
Nadella cuenta con una experiencia dilatada en casa Redmond, donde ha pasado los últimos 22 años de su vida. Se le reconoce el hecho de haber llevado los servicios de la compañía a la nube. Sabe tomar decisiones, es ingeniero y tiene un máster en administración de empresas. Lo que le falta, sin embargo, es un pasado real como CEO de una compañía y rodaje en la creación de productos de consumo físicos, justo lo que busca un gigante que sabe desarrollar software y necesita lanzar smartphones que impacten, tabletas que convenzan y, seguramente, algún que otro elemento de “wearable computing” para evitar quedarse colgada también en este incipiente mercado móvil.
En la práctica, Microsoft pasará de tener a Ballmer como CEO y persona de confianza de Bill Gates a ser comandada por un Nadella que confiará en el criterio del mismo Gates a la hora de dar forma a la tecnología del futuro y en la dirección de sus productos. Puede usar los consejos a su favor o caer eclipsado por la alargada sombra de sus antecesores. El propio Ballmer estará cerca, dado que continuará perteneciendo a la firma de Windows, Azure y demás. ¿Estamos ante una mera transición o un riesgo en potencia? ¿Habrá evolución o no la habrá? ¿Es Gates bienvenido por los nostálgicos o por todos? ¿Sabrán los empleados a quién agradar? ¿Habrá solapamiento de funciones?
Os recordamos que poco antes de emprender la búsqueda de un nuevo director ejecutivo, se hacía efectivo el giro hacia “una sola estrategia como una sola compañía” o “una Microsoft” más cohesionada, colaborativa, eficiente, veloz y llena de creativos enganchados al carro de la innovación. El interrogante que se abre ahora es si podrá marcar tendencias cuando tras ellas se encontrará, en un contexto histórico bien diferente, la misma persona que desde su nacimiento y que no siempre ha tomado la decisión acertada.
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