No hace falta que alguien sea mayor de edad para acabar teniendo presencia en redes sociales. Ni siquiera que haya nacido.
Así lo advierte la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) en plena era de la hiperconectividad en la que millones de personas recurren a las redes sociales para narrar sus vidas, por ejemplo, a través de fotografías y vídeos cortos en Instagram. Pero, cuando alguien sube contenido a internet acaba perdiendo el control sobre su difusión. Y esto les pasa también a los padres con sus hijos, llegando al fenómeno del oversharing, sharenting o sobreexposición de los menores a su cargo.
“Se presupone que los padres son los principales interesados en garantizar y proteger la imagen de sus hijos”, indica Silvia Martínez, directora del máster universitario de Social Media: Gestión y Estrategia de la UOC. Pero cuando “comparten fotografías de sus hijos en las redes sociales, especialmente si son menores, pueden no ser conscientes de los riesgos que ello conlleva”.
“En muchas ocasiones”, explica Martínez, “creen que la exposición que hacen de esas imágenes quedará limitada al círculo de sus conocidos directos, pero su alcance puede ser mucho más amplio. En primer lugar, la mayoría mantiene un perfil público en las redes, con lo que esa imagen podría ser vista por cualquier usuario”. Y aunque “hayan limitado la exposición de su perfil haciéndolo privado, en ocasiones los propios conocidos o familiares comparten esas imágenes que les han llegado por las redes”. Y así se extiende el alcance.
Hasta “el 23 % de los niños tiene presencia online incluso antes de nacer porque sus padres publican imágenes de las ecografías durante el embarazo”, advierten desde la universidad española, que se basa en los resultados de una encuesta de AVG en una decena países, entre ellos España. Pero es que con la edad, simplemente a medida que cumplen meses, eso va en aumento: un 81 % de los niños está en internet antes de tener 6 meses.
Otro estudio, en este caso de Nominet y realizado en Reino Unido, ayuda a hacerse una idea de esta problemática. Los padres publican unas 200 fotografías de sus hijos de menos de 5 años cada año, lo que hace un total de 1 000 en su corta vida. Y “el repertorio es variado: bebés que duermen plácidamente, chapotean en el baño, estrenan orinal, juegan alegres en el parque o muestran un sin fin de vivencias encantadoras para los padres, pero peligrosas para los menores por varios motivos”.
“Compartir contenidos y narrar cada avance y logro que los hijos consiguen, comentar sus gustos y preferencias, indicar los sitios que visitan o mostrar espacios tan privados como sus habitaciones pueden”, indica Silvia Martínez, “desencadenar peligros mayores. Todos estos datos ofrecen mucha información a terceros que pueden aprovecharla para intentar alcanzar fines delictivos o incluso atentar contra la integridad de esos hijos”.
Pero es que, además, “se contribuye a crear una identidad con la que el interesado, en este caso el hijo o la hija, puede no sentirse representado o cómodo, y terminar incluso sintiéndose avergonzado por ciertas situaciones o información muy personal”, cuenta Martínez.
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