A nadie asombra ni escandaliza la actitud imperial de Estados Unidos respecto a Internet. La creación de la Red se debe en gran medida al ejército y la universidad de aquel país, y su expansión comercial y usos delictivos también tienen su origen en el imperio. Todo este conglomerado de razones y sinrazones parece ser suficiente para que el resto de países del mundo autojustifique la posición monopolística sobre la Red. Posición que EEUU no ha dudado en reforzar en sus últimos posicionamientos.
Alejándonos de miedos reales y justificados en el más puro estilo orwelliano (a quien no le recuerda este monopolio a la red de vigilancia que el Gran Hermano controlaba), centrémonos en el aspecto utilitario de la medida. Una Internet en manos de Estados Unidos supone una posición angular para todos. Estados Unidos ejercerá de momento el poder (un poder que ha sido y es cuestionado continuamente por hackers y todo tipo de insumisos) con la intención de hacerse imprescindible y postrar en una situación de debilidad al resto de los países. Esta posición de franca ventaja a la hora de controlar los contenidos, puede acabar convirtiéndose en una trampa: mayores privilegios puede implicar mayores compromisos. El mundo de pluralidad y mestizaje que proclama la ortodoxia imperial se queda en palabras banales.
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