En una conferencia en la universidad de Liberty (Virgina, USA) Trump ha expresado su deseo de que (literalmente) “Apple construya sus malditos ordenadores y cosas” en Estados Unidos en lugar de encargarlo a China.
Una idea que en principio suena bien en el sentido de potenciar el poderío tecnológico del país, crear más puestos de trabajo, aumentar la competitividad estadounidense y añadir una importante inyección de millones a la economía del país puesto que lo lógico sería que si Apple optase por ponerlo en marcha fábricas propias en suelo estadounidense lo haría empleando parte de los más de 200.000 millones de dólares en metálico que tiene repartidos por distintos países de todo el mundo, obtenidos de las ventas en sus Apple Store. Pero enseguida llegan los obstáculos a tal idea.
El primero es que por mucho que se empeñe el aún candidato a candidato, ni siquiera si obtuviese la nominación y llegase a ganar las elecciones y convertirse en Presidente de los Estados Unidos de América lo tendría tan fácil para obligar a que Apple (u otra empresa) traslade su producción al país. Al menos no sin provocar un importante caos en la economía doméstica pero también en las extranjeras.
De base queda además la peliaguda cuestión de los costes laborales en la producción, tan dispares en Estados Unidos como en China, que harían que el mismo producto tuviese por fuerza que tener un precio más elevado en el mercado en el primer caso, mermando por tanto la competitividad. Contra una enorme fuerza laboral de empleados con la mínima cualificación necesaria como para formar parte de la cadena de ensamblaje de componentes electrónicos en Estados Unidos habría menos candidatos además sobrecualificados.
En el caso del Mac Pro que Appe sí fabrica en Estados Unidos la razón es que se producen volúmenes reducidos del mismo y además se emplean para ello técnicas de alta mecanización, por lo que no se trata de un modelo aplicable a productos de consumo masivo como iPhone, iPad o MacBook.
El deseo de Donald Trump no es imposible pero tendría que ser fruto de prácticamente una revolución en el sistema educativo, laboral, legal y social del país como para resultar mínimamente efectivo. Y luego quedaría la cuestión de si la competencia, no sujeta a una posible modificación legal del hipotético presidente Trump, no aprovecharía esa circunstancia para aumentar su competitividad, disminuir sus costes de producción, elevar sus márgenes y acabar con el actual poderío y liderazgo de Apple. Sería engordar para morir.
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