Fabricar el ordenador más delgado, desarrollar la aplicación más descargada, fundar el servicio web más visitado o crear el smartphone más potente del mercado no son las únicas ambiciones de los directivos tecnológicos hoy en día. Más allá de las bondades de los gadgets predomina el misterio acerca del espacio exterior, que siempre ha causado especial inquietud en el ser humano y ahora se ha convertido en pasatiempo particular de CEOs y genios informáticos.
El último cazador de estrellas aficionado es Paul Allen, co-fundador de Microsoft y uno de los hombres más ricos del planeta. Su sueño es enviar mercancías comerciales, transportar personas e incluso poner cohetes en órbita sin necesidad de utilizar plataformas. ¿Cómo? Con una gigantesca aeronave de 117 metros de envergadura y 544 toneladas de peso que realizará los lanzamientos directamente desde la estratosfera.
Este proyecto, bautizado con el nombre de Stratolaunch Systems, debería flexibilizar y abaratar el coste de las misiones. Para ello Allen cuenta con las colaboraciones estelares de Burt Rutan, el ingeniero que diseñó nada menos que el Voyager y el SpaceShipOne, y Elon Musk, otro empresario apasionado por el mundo extraterrestre.
Y es que el que en su día contribuyó a la aparición de PayPal se dedica en la actualidad a construir cápsulas espaciales con SpaceX, una startup en la que ha dilapidado más de 100 millones de dólares de su fortuna personal y que en diciembre de 2010 se convirtió en la primera firma privada capaz de recuperar intacta una nave tras haberla paseado lejos de la atmósfera. Todo un hito si se tiene en cuenta que las únicas re-entradas exitosas hasta el momento llevaban el sello de agencias estatales.
Los próximos retos de Musk son alcanzar la Estación Espacial Internacional en 2012, mandar su propio astronauta a la aventura en el plazo de tres años y ofrecer vuelos tripulados rumbo a Marte en una década como muy pronto y dos como muy tarde. Es decir, el objetivo final es instaurar la moda del turismo espacial gracias a la cual clientes con cierto nivel adquisitivo disfrutarán de nuevas sensaciones. Especialmente ahora que se ha abandonado el programa de transbordadores sostenido con capital público.
Sin ir más lejos, 450 personas ya han reservado sus billetes para emprender vuelos suborbitales a bordo del SpaceShipTwo de Virgin Galactic, la niña mimada de Richard Branson. Se trata del primer artefacto lo suficientemente estable como para llevar pasajeros al espacio de forma regular, con plazas para seis personas y pasaje de 200.000 dólares, a los que hay que sumar 20.000 dólares en depósito. Algo que pretenderá replicar por la mitad de precio Armadillo Aerospace del conocido desarrollador de videojuegos John Carmack, que también colabora con una empresa para trajes “paracaídas” con los que volver a la Tierra desde una altura de 240 kilómetros.
Vuelos baratos por cortesía de Jeff Bezos
¿Y los menos adinerados? Podrían correr la misma suerte si se cumple lo prometido por Jeff Bezos, alma mater de Amazon.com. Su segunda compañía, Blue Origin, trabaja para poner en marcha vuelos baratos más allá de los confines de la Tierra y ya ha publicado varios vídeos en los que se demuestran sus avances, como el empleo de técnicas de despegue y aterrizaje verticales en las inmensidades del desierto texano. Al igual que el Dragon de SpaceX con capacidad para siete personas, sus prototipos de New Shepard han conseguido completar maniobras sin mayores problemas.
Otros mandamases que fantasean con el espacio son Larry Page y Sergey Brin, que durante los últimos tiempos han trabajado codo con codo en la creación de un laboratorio llamado Google X. En él se intentan resolver proyectos a largo plazo, como la fabricación de ascensores espaciales con los que recolectar datos y transportar objetos a través del sistema solar.
Mientras, el físico, padre de la industria de semiconductores, presidente emérito de Intel y autor de la ley que lleva su apellido, Gordon Moore, subvenciona una fundación orientada a descubrir los secretos de las galaxias. Entre sus donaciones destacan 200 millones de dólares para construir un telescopio de 30 metros de diámetro.
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