Las inversiones en telecomunicaciones han vuelto a dejar mal sabor de boca. Según las últimas cifras, el descenso en relación al año 2002 se ha situado en el 23 por ciento, un porcentaje significativo hasta para el más despistado. La situación, que ya habla por sí misma, se ve acompañada de otro agrio dato: el resultado de la inversión en TI también se ve reducido en más de un 8 por ciento.
Una vez más, las razones que explican semejante decadencia son las de siempre: el poco interés administrativo en desarrollar capítulos de vital importancia como la innovación e investigación -sobre todo para llegar a la prometida Sociedad de la Información, ahora cada vez más lejana-, y la continua batalla con el entramado financiero para conseguir los objetivos que el resto de Europa ya sabe aprovechar.
Aunque también es cierto que la curiosidad del ingenio español por adentrarse en el tejido tecnológico luce por su ausencia y que prefiere lo ya conocido, es decir, lo que ya han experimentado los fabricantes extranjeros, que trabajar en cosecha propia.
Las medidas a tomar, pues, no pueden pasar por alto agudizar de algún modo la participación de segmentos privados y públicos en el sector TIC y fomentar ante todo saber llevar a cabo- los programas de apoyo empresariales tantas veces olvidados.
Y que, por supuesto, en esta era digital que nos ha tocado vivir, cada uno pueda aportar su granito de arena porque, de seguir la trayectoria, el desfase español se convertirá en nuestra peor losa.
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