La toxina, que procede de la bacteria Clostridium botulinun, tiene una capacidad letal tan elevada que una inyección conteniendo una dosmilmillonésima parte de un gramo o la inhalación de una milmillonésima parte de un gramo podría matar a un adulto. Una cucharada vertida en el suministro de agua de una ciudad podría ser catastrófica.
Esta toxina bloquea los procesos químicos que permiten que funcione el sistema nervioso, causando el botulismo y provocando la muerte por parálisis. David Reldman, científico a cargo del equipo que ha descubierto esta sustancia, la define como un “claro y potencial riesgo para el ser humano”.
Hasta el momento se conocen siete tipos de toxinas potencialmente peligrosas de la toxina botulínica pero este octavo tipo, denominado H, podría ser el más mortal de todos y además convertirse en la sustancia más mortal conocida por el hombre debido a la ínfima cantidad necesaria para provocar la muerte. De ahí las precauciones a la hora de no revelar la secuencia genética de la misma hasta que no se haya logrado sintetizar una antitoxina capaz de contrarrestar sus efectos en prevención de posibles ataques terroristas como el consiguió provocar la secta Aum en Tokio con gas sarín.
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