De vuelta al “made in USA”
Tras confiar la fabricación de componentes y productos a instalaciones en el extranjero, varios referentes de la industria americana han decidido enarbolar la bandera del patriotismo.
Porque “la gente quiere tener opción a que sus teléfonos sean ensamblados en los Estados Unidos” y porque “nadie antes había montado un smartphone aquí, y ya era hora de que ocurriese”, Motorola ha decidido que Moto X, el primer teléfono que saca bajo el mandato de Google, se convierta en uno de los nuevos baluartes de la identidad americana (y de paso, en el suyo propio si es capaz de reconducir por sí solo -o en parte- su suerte en el mercado móvil). No en vano, se trata del “primer smartphone diseñado, construido y montado dentro de los Estados Unidos”, según insiste siempre que puede la compañía que Larry Page y Sergey Brin compraron en 2011 por 12.500 millones de dólares y que, a pesar de haber estado lastrando sus resultados financieros, no cesa en su empeño de resurgir como el símbolo que una vez fue.
Fundada en 1928, en los albores de la Gran Depresión que asoló el país durante los años siguientes, Motorola supo superar adversidades evolucionando desde su condición de fabricante de radios para coches a verdadero gigante en el campo de las telecomunicaciones. Basta con recordar que en su día fue ella quien dio pistoletazo de salida a la comercialización de los teléfonos móviles con el mítico DynaTAC, y aún mas recordado, también fue pionera a la hora de establecer la primera comunicación utilizando este tipo de dispositivo (mientras el ingeniero Martin Cooper paseaba entre el asombro de los viandantes por pleno centro de Nueva York).
Ahora quiere retomar la senda de la innovación y recuperar el cariño de los usuarios tirando de patriotismo. “Cada Moto X vendido en los Estados Unidos es ensamblado de forma individual en Fort Worth, Texas”, explican desde Motorola. “Hacer esto en los Estados Unidos significa que podrás diseñar tu propio teléfono personalizado de forma online [esto es, si eres ciudadano estadounidense] y recibirlo en la puerta de tu casa en tan sólo unos días”, concretamente en un periodo máximo de cuatro días y sin abonar los gastos de envío, con posibilidad de devolución y reconstrucción en las dos semanas posteriores. Y es que al quedarse en casa sus operaciones ganan en tiempo de respuesta, haciendo factible la construcción ultrapersonalizada de teléfonos. Se calcula que entre colores, materiales, acabados, fondos de pantalla, cantidad de memoria y otros detalles de diseño, se podrán realizar hasta 2.000 combinaciones distintas.
Otra de las ventajas, al menos para la economía estadounidense es la creación de puestos de trabajo. La planta que Motorola está utilizando para construir estos Moto X tan variopintos ha incrementando en unas 2.000 personas su plantilla, entroncando con una de las principales máximas del “reshoring”. Esto es, la práctica de devolver a su lugar de origen aquellos servicios que en su día fueron deslocalizados y el personal asociado a los mismos, como contraposición al “outsourcing” y respuesta directa a la globalización rampante a estas alturas de la película. Una práctica con la que están comulgando cada vez más referentes de la industria americana y que ha defendido, cómo no, el propio presidente Barack Obama.
Durante el último discurso sobre el Estado de la Unión, Obama señaló como primera prioridad de su Gobierno de cara a la reducción del déficit “convertir a los Estados Unidos en un imán para atraer nuevos empleos y manufactura” añadiendo que, tras una década de destrucción de fuerza laboral, en los últimos tres años se ha logrado generar medio millón de puestos. Para muestra, un pequeño listado de ejemplos enumerados en el mismo evento: “Caterpillar está trayendo empleos de vuelta desde Japón. Ford los está devolviendo desde México. Después de establecerse en otros países como China, Intel abre su planta más moderna en casa. Y este año, Apple comenzará a fabricar nuevamente sus computadoras Mac aquí, en los Estados Unidos”.
Un Mac Pro cilíndrico, compacto y más potente en comparación con generaciones previas, que debería llegar a manos de los consumidores antes de que finalice el año, tendrá por origen la patria del Tío Sam. Ha sido concebido por las mentes de los ingenieros y diseñadores de la firma de la manzana mordida que trabajan en la ciudad californiana de Cupertino, y se acometerá su ensamblaje en el mismo lugar, “donde también hemos fabricado varios de sus componentes de alta precisión”, tal y como ha confirmado Apple. Se sabe que “empresas líderes del sector de Texas, Florida, Illinois, Kentucky y otros muchos estados del país” han sido elegidas para colaborar en este cometido y convertir a este sobremesa en uno de los productos electrónicos que enarbolen la bandera del “made in USA”.
Más allá de tocar la fibra sensible de los usuarios y revitalizar el mercado laboral nacional (además del orgullo político), a Apple esta decisión le sirve, muy especialmente, para controlar de cerca lo que ocurre en las naves de las que salen sus productos. Son de sobra conocidos los escándalos que han salpicado a la compañía de Tim Cook por contratar la materialización de sus gadgets móviles a Foxconn, cuyas fábricas han visto desencadenarse depresiones, lesiones, suicidios y denuncias a causa de sus reprobables condiciones de trabajo. Con esta maniobra podría desvincularse de las críticas y lavar su imagen, previo desembolso de algo más de 100 millones de dólares, según los cálculos que se hacían hace unos meses.
Como tantos otros, Apple comenzó a derivar su producción al continente asiático a finales de los años 90, atraída por unos mayores márgenes de beneficio. Al fin y al cabo, los salarios que las empresas occidentales debían pagar en esta zona eran más bajos en comparación con lo que venían gastando hasta el momento en sus propias naciones, junto con otras ventajas a nivel de impuestos o de formación del personal. Sin embargo, la situación ha cambiado y la externalización de operaciones ya no sale tan rentable, en parte porque las diferencias salariales se han reducido. A esto hay que sumar el aumento de las ayudas gubernamentales, la presión de las propias firmas locales en el extranjero y el descubrimiento de procesos de manufactura más efectivos.
Un cambio lleno de paradojas
Lo curioso es que las empresas estadounidenses no son las únicas que están apostando por la fabricación en territorio americano. Otras que vienen de fuera se están asentando ahí. Es el caso de Lenovo, principal vendedor de ordenadores y también uno de los más destacados nombres del panorama smartphone, que acaba de abrir instalaciones en Carolina del Norte (tal y como informa Bloomberg). Paradójicas pueden resultar asimismo algunas de las hipotéticas consecuencias de devolver la producción a Norteamérica, de hecho ya hay quien teme un encarecimiento del producto final. ¿Qué pasará?