El consumo colaborativo y la infraestructura invisible
El profesor Arun Sundarajan reflexiona sobre los cambios que la sharing economy está provocando en la sociedad, la fuerza de trabajo y en las administraciones.
La ‘sharing economy’ o economía colaborativa no es ninguna burbuja, es algo real, tangible, material, que está transformando muchas capas de nuestra sociedad y la forma en la que los ciudadanos nos relacionamos y nos posicionamos en la cadena de valor. Este pasado fin de semana se ha celebrado en el Matadero de Madrid la tercera edición de Zinc Shower, un evento que por primera vez ha extendido sus tentáculos más allá de las industrias creativas y se ha centrado en este tipo de servicios.
Durante estos días se han visto startups de todo tipo relacionadas con esta nueva tendencia y se han escuchado interesantes teorías sobre cuál es el futuro del consumo colaborativo. Arun Sundarajan, profesor de la Escuela de Negocios Leonard N. Stern dentro de la Universidad New York y el CUSP, ha sido uno de estos expertos que ha compartido sus reflexiones sobre si la economía colaborativa va a reducir la desigualdad global.
En primer lugar, el profesor explicó por qué esta forma de consumo alejada de las instituciones y las empresas y que ha trasladado el modelo de las organizaciones a las comunidades ha comenzado a funcionar justo en este momento. Sundarajan cita varias factores, como la consumerización de lo digital, la digitalización de lo físico, el surgimiento de un concepto puro de P2P a través de un sistema de producción multipunto, el auge del blockchain o las transacciones de bitcoins, la mayor preocupación por el medio ambiente y la digitalización de la confianza (meritocracia).
“Valoramos saber quién es el otro en un ecosistema de confianza que se manifiesta de muchas formas. Hay plataformas como Traity que ayudan a dar un intercambio de confianza cuando compras, existen perfiles verificados, certificados, todo se sustenta en la reputación online”, explica el experto.
La economía colaborativa es un gigante que empieza a incidir en todos los segmentos del sector servicios: la banca, la hostelería, el comercio, la restauración, el transporte urbano, las redes de autobuses o trenes, el alquiler de coches, la reducción de riesgos, etc. Plataformas como Uber o Airbnb han tenido un rápido crecimiento y han alcanzado valoraciones de mercado equiparables o superiores a las de empresas del mismo sector que tienen una base física. Uber ha sido valorada en más de 40.000 millones de dólares, mientras Ford o Honda superan ligeramente los 50.000. Por su parte, Airbnb duplica en valor a cadenas hoteleras, como Wyndham.
Esta invasión del P2P en cuanto a producción y consumo genera muchas incógnitas alrededor del concepto de igualdad ¿Supondrá la democratización de un estándar más alto de vida? ¿Creará caminos para el emprendedurismo y la innovación? ¿Equiparará la cadena de la infraestructura? ¿Igualará los canales para crecimiento de un capital humano? ¿Democratizará el acceso al capital financiero?
Dos destinos y una red de redes
Según el docente, nos encontramos en un punto de inflexión en el que pueden dominar dos narrativas diferentes. La primera de ellas es la centrada en la plataforma, dirigida a empoderar a los creadores, con herramientas que capturan las relaciones, pero también una posible carrera por “lo más bajo” y todo el mundo compitiendo por el mismo trabajo. La otra narrativa es la de los reguladores, que son reticentes a la economía colaborativa porque puede ayudar a generar una fuerza de trabajo no protegida y a la evasión de impuestos.
En el punto de convergencia de estas dos narrativas se debate sobre independiencia y la innovación, la colaboración versus la propiedad de las infraestructuras corporativas y las estrategias para crear una ‘red de seguridad’.
Los servicios de consumo colaborativo son capaces de crear infraestructuras invisibles gracias a sus relaciones. Son redes de usuarios y ciudadanos que no se ven pero que están ahí, formando parte de las Smart Cities. Son la que generan los viajes de Uber o Lyft, los coches compartidos de Blablacar o los alojamientos de Airbnb. Las ciudades pueden invertir en estas infraestructura invisibles sin tener que invertir nada de dinero en asfaltar calles o marquesinas de autobuses.
Además, estas redes también tendrían su materialización en los movimientos económicos. Los usuarios compran y venden a través de plataformas como Etsy y pueden invertir en proyectos o startups o encontrar fondos gracias a otros ciudadanos en Kickstarter o Indiegogo.