Según Pablo Teijeira, “las autoridades están preparadas para responder a este tipo de ataques provenientes de la delincuencia organizada o del terrorismo cibernético”, y cuentan además con “las herramientas para el seguimiento y la lucha contra este tipo de ataques”. ¿El problema? Que, aunque las acciones que llevan a cabo los ciberactivistas “son claramente ilegales”, están impulsadas “por personas que a veces gozan de simpatía entre los ciudadanos”.
Corrons corrobora esta idea, indicando que, al contrario que los ciberdelincuentes convencionales, estos no buscan “una ganancia económica”, sino que son más bien “una serie de personas de todo el mundo que tienen una serie de ideales en común y se han organizado para protestar y hacerse oír”.
Pero además de una opinión pública a favor de los ciberactivistas, las autoridades se encuentran con otros problemas a la hora de perseguirlos. Por un lado, apunta Luis Corrons, “en Internet no hay fronteras, mientras que la policía tiene un ámbito de actuación y de ahí no puede salir”. Por otro lado, Jesús Vega de Imperva Iberia asegura que “los hackers son expertos en ocultarse y protegerse para no ser capturados”, lo que dificulta aún más la persecución de este tipo de delitos.
El largo y próspero futuro del ciberactivismo
Si hay algo en lo que todos coinciden a la hora de valorar el alcance y la evolución del ciberactivismo es en que se trata de una forma de protesta con futuro. Y no solo porque se lleve haciendo casi desde los comienzos de Internet, sino también por la repercusión mediática que han logrado en este último año. “Aunque no está claro que hayan conseguido sus propósitos”, explica Luis Corrons, “sí se han hecho oír, lo que sin duda hará que se utilice este tipo de maniobra contra futuros objetivos”.
Otra razón que ayuda a pronosticarle al ciberactivismo una vida longeva es la facilidad cada vez mayor con la que se pueden realizar los ataques. Según apunta Pablo Teijeira, “las herramientas” para llevarlos acabo son “cada vez más accesibles en Internet”. Esta accesibilidad, unida al apoyo de la opinión pública y la dificultad de las fuerzas policiales para localizar a los ciberactivistas hace fácil imaginar un futuro en el que esta forma de protesta se normalice -dentro de lo normalizada que pueda estar una actividad expresamente ilegal -.
El reto está ahora en manos de los responsables de seguridad que, como explica Jesús Vega, deberán “construir ‘muros’ de acuerdo con el panorama de las amenazas, porque los hackers cada vez están construyendo ‘escaleras’ más altas para cruzar esos ‘muros’”. Aunque el principal desafío quizá sea mayor: convencer a la sociedad de que los ataques de los ciberactivistas son ilegales y evitar que se unan a su causa. La causa de los Robin Hood de la era digital.
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