Celosa de su intimidad y obsesiva con los detalles, desde hace un tiempo Apple está dando pasos en firme para labrarse una personalidad autónoma y real en el campo de la fabricación de dispositivos. Una autonomía que le permita perfeccionar aún más si cabe el resultado final de sus productos y alejarse de indeseados traspiés, llámense éstos retrasos de planificación (y consecuentes alteraciones en el roadmap de lanzamiento y ventas), motines de personal (o, en el más grave de los casos, suicidios a causa de reprobables condiciones laborales) o problemas de rendimiento (desde embarazosos antennagates hasta agotamientos de batería o fallos de conexión inalámbrica).
Y es que, a pesar de que no todos estos tropiezos están directamente relacionados con la subordinación que conlleva la asociación con terceros, sí que pueden originarse a causa de las prisas por cuadrar los calendarios de unos y de otros, los pasos intermedios, la deslocalización de los centros de trabajo o la falta de supervisión “in situ”.
Las últimas informaciones apuntan a que la firma de la manzanita mordida ha adquirido una fábrica propiedad de United Microelectronics Corporation (UMC) para atajar estas carencias. Actualmente dicha empresa de semiconductores, que tras su fundación hace más de tres décadas se convirtió en la primera de este tipo en Taiwán, cuenta con una decena de instalaciones repartidas por diferentes ubicaciones entre las que destacan sus dos plantas especializadas en obleas de 300 milímetros. Una de ellas se encuentra en su país local y la otra está situada en Singapur.
Por el momento se desconoce sobre cuál de ellas ha puesto el ojo Apple pero, de confirmarse el acuerdo, los de Tim Cook lo tendrían mucho más fácil para controlar los derroteros de sus dispositivos móviles iPhone, iPad y iPod, asumiendo la producción de estos diminutos componentes por su cuenta y riesgo, sin tener que rendir cuentas ante cualquiera que no sean sus usuarios.
El impacto sería enorme. Si bien es cierto que la compañía californiana ya se implica en el diseño de los procesadores que acaban dando vida a sus diferentes productos electrónicos, asumir también su manufactura es una historia totalmente aparte. La decisión llega aparejada de una alta responsabilidad. Pero al mismo tiempo, o muy especialmente, otorga una gran capacidad de maniobra. Y, una vez amortizada la inversión inicial, contribuiría a reducir la partida de gastos, a maximizar los beneficios y a cumplir con las expectativas de los fanboys a nivel de calidad.
Por eso no es un cambio susceptible de acometerse de golpe. Que todo lo rumoreado en los corrillos tecnológicos se transforme finalmente en realidad no significaría que vaya a tener un efecto inmediato sobre las operaciones de Apple y tampoco en las de sus todavía socios, que se arriesgan a perder a un cliente de oro. Entremedias habría una transición y todo un proceso de adaptación y aprendizaje que garantizaría el cumplimiento de las entregas ya planeadas sin interrumpir plazos y permitiría retomar las capacidades de fabricación desde el punto preciso en el que se dejasen.
De hecho, TSMC ya habría firmado la producción de la próxima remesa de chips A8, que están llamados a alimentar el nuevo iPhone, mientras que Samsung ha vuelto a ganarle la partida a Apple en su tira y afloja particular gracias a la evolución de su tecnología hacia los 14 nanómetros y a su disposición para admitir pedidos de dimensiones colosales, todo esto según miembros de la mismísima cadena de producción asiática que le otorgan la construcción de la generación A9, lo que refleja mejor que ninguna otra decisión de Apple el embrollo de intentar conseguir la ansiada libertad.
No es un secreto que la intención última de la firma de Cupertino es alejarse de su hasta hace poco querido socio y desde entonces acérrimo rival, con quien mantiene una feroz lucha en los tribunales a cuenta de la autoría de toda una serie de patentes sobre los smartphones y a las tabletas de ambas. Destinar dinero a esta alianza no hace más que alimentar la maestría desarrolladora de Samsung y, en cierto modo, vuelve a Apple partícipe de su galopante evolución en el ecosistema móvil con los dispositivos Galaxy.
Procesadores, pantallas y memorias
Donde sí ha conseguido desembarazarse Apple del fabricante surcoreano, ampliando la lista de suministradores, es en el terreno de las memorias y en el de las pantallas. Para el atesoramiento de NAND Flash tiene a la japonesa Toshiba, para la construcción de DRAM cuenta con su compatriota Elpida (ahora en manos de Micron) y para los paneles ya están la igualmente nipona Sharp y LG. Además, también ha ido realizando adquisiciones, como la de Anobit hace año y medio. El nombre de Samsung continúa apareciendo en la ecuación, pero paulatinamente lo va haciendo con menos fuerza, lo que ya es un avance a destacar.
Otro tipo de emancipación es la que se está intentando labrar a través de la diversificación en la etapa de ensamblaje. Si hasta ahora la compañía de los iPhone y los iPad tenía trato casi exclusivo con Foxconn, parece que el montaje del iPhone “low-cost” y de la segunda versión del iPad Mini será cosa de Pegatron, un nuevo aliado que no es novato en estas lides ya que se encargó de colaborar con el lanzamiento de la primera tableta en miniatura de Apple. Veremos cómo le sale la apuesta.
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