En 1995, este hombre orquesta, mezcla de gurú, agitador de ideas, asesor de políticos de primer nivel, profesor, economista, empresario y divulgador medioambiental, nos sorprendió con un libro cuyo título ya lo decía todo: El fin del trabajo.
Más tarde, Jeremy Rifkin (1943, Denver) publicó La economía del hidrógeno, La era del acceso y La tercera revolución industrial. Ahora, vuelve a la carga para anunciarnos en su último trabajo (La sociedad de coste marginal cero, editorial Paidós) que el capitalismo, que tanto nos ha servido a organizar la vida social y económica en los dos últimos siglos, empieza a ser superado.
El motor de la transformación que Rifkin ya ve en marcha no está alentado por intereses en principio contrarios al mismo capitalismo, sino que está en el engranaje del propio sistema. Los incrementos de productividad que se han alcanzado en las últimas décadas, sobre todo por la revolución de las nuevas tecnologías y de Internet, están haciendo que el coste marginal de producir muchos bienes o servicios se esté aproximando a cero, lo que permite que los productores los puedan ofrecer casi gratuitamente. Y en un negocio donde no hay márgenes ni rentabilidades a la vista, el sistema capitalista se bate en retirada por el desinterés de los inversores.
En su lugar, está emergiendo la economía colaborativa, que ancla sus orígenes en la Edad Media (y más recientemente en el mundo del software y de Linux) y que llega con un sentido menos acusado de la propiedad, y donde el motor de avance será la capacidad de cada uno de nosotros para producir y compartir, bien sea nuestra información personal, el sofá de casa, el coche o unos euros para financiar un proyecto interesante.
Pero esa economía social no se puede sostener solamente en el boom de Internet y de las plataformas de colaboración. Cualquier cambio de paradigma económico en el pasado necesitó una revolución energética. Por eso Rifkin nos viene a decir que el “eclipse del capitalismo” no será real hasta que no se encuentren los medios para crear una Internet de la energía, donde millones de personas productoras de energía verde encuentren el marco para compartirla de forma eficiente.
Si en una primera etapa esta sociedad de la colaboración (lo que él llama “el procomún colaborativo”) está siendo dominada por corporaciones y entidades de la vieja economía, con claro ánimo de lucro (Google, Facebook, Twitter, eBay, Airbnb o Uber, por citar unos cuantos ejemplos), más adelante serán protagonistas asociaciones y uniones de cibernautas que, casi al modo de una ONG, compartirán la energía verde producida en sus hogares, la financiación a través de esquemas de crowfunding, el tiempo y los conocimientos profesionales de sus miembros o la ropa usada.
Habrá que ver si las predicciones de Rifkin se cumplen y el capitalismo pierde fuelle en beneficio de esta economía del compartir, pero sí está claro que algo está cambiando y Rifkin nos da algunas claves interesantes para entender esos cambios.
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