Cuando Karlheinz Brandenburg empezó a investigar sobre la transferencia de música a través de la línea telefónica, a comienzos de la década de los ochenta, seguro que no podía imaginar que sus hallazgos pondrían patas arriba toda la industria musical.
Una década después, y ya como jefe del departamento de Audio y Multimedia del Instituto Fraunhofer IIS, el científico alemán lideró el desarrollo del formato MP3, formando parte del equipo ‘Moving Pictures Experts Group’ (MPEG), del que recibiría su nombre este método de compresión.
Aunque el MPEG-1 Audio Layer III llegó en 1993, se considera que el MP3 nació en julio de 1995, cuando Brandenburg usó la extensión .mp3 para dar nombre a los archivos que guardaba en su ordenador relacionados con este formato de audio. Y en septiembre de 1995 se presentaba WinPlay3, el primer reproductor MP3.
Pero, sin duda alguna, el reproductor que impulsó la popularidad del formato MP3 fue WinAMP , que a comienzos de los años 2000 llegó a contar en su versión 2.x con más de 60 millones de usuarios activos. Sus “skins” y visualizaciones para personalizar el interfaz y una gran cantidad de plug-ins tuvo una gran aceptación en el mercado de consumo. Sin embargo, el comienzo de su declive llegó tras la aparición de la versión 3, que fue completamente reescrita desde cero y no fue del agrado de los usuarios. Más tarde, el salto a la versión 5 no fue suficiente para retomar su popularidad.
El modelo de negocio para explotar este hallazgo se basaba en ofrecer herramientas de codificación costosas para las empresas, pero facilitando descodificadores accesibles para los usuarios. Sin embargo, todos los planes se fueron al traste.
Un hacker descubrió el código fuente de la implementación de referencia ‘dist10’ del MPEG, mejorándola y difundiéndola a través de internet. Este paso catalizaría la comprensión generalizada de discos compactos de música y la distribución de música digital como MP3 a través de la red.
Hay muchos formatos de audio, pero el MP3 es, sin duda, el más conocido y difundido. La primera distinción es entre formatos de audio sin comprimir o comprimido. Entre los primeros está el formato PCM, que dio lugar a los archivos WAV, AIFF o RAW.
Los formatos comprimidos, a su vez, se diferencian entre aquellos sin pérdida o con pérdida. Los formatos comprimidos con pérdida ocupan menos espacios que los formatos sin compresión, ya que éstos codifican tanto audio como silencio con la misma tasa de bits por segundo. Sin embargo, el silencio apenas ocupa nada en los formatos comprimidos sin pérdida, como FLAC o Apple Lossless Encoder, reduciendo el tamaño aproximadamente a la mitad que en formato PCM.
El MP3 queda englobado en los formatos comprimidos con pérdida, que permiten reducir el tamaño de los archivos descartando información que no es perceptible para el oído humano. ACC y Ogg son otros ejemplos de este tipo de formatos.
La clave del éxito del MP3 es que permite reducir el tamaño de los archivos tanto como sea posible, pero preservando la mayor parte posible del contenido original. Gracias a la comprensión con pérdida, el peso de los ficheros queda reducido casi a una décima parte de lo que ocuparían en un formato sin compresión.
Es decir, un dispositivo con apenas 16 GB de capacidad es capaz de almacenar casi 3.000 canciones. En la época en la que el MP3 comenzó a popularizarse, los reproductores portátiles de CD nos permitían llevar con nosotros un disco, con apenas 8-10 pistas. Y los antiguos reproductores de casete nos permitían llevar alrededor del doble de canciones, pero con una calidad muy inferior.
Los primeros reproductores portátiles MP3 todavía presentaban una capacidad muy limitada, en torno a 256 MB, pero ya nos ofrecían la posibilidad de almacenar alrededor de 40 canciones. Además, la capacidad de estos aparatos se multiplicaba cada pocos meses. Por si fuera poco, los reproductores MP3 eran mucho más pequeños que los ‘discman’ y ‘walkman’.
La revolución llegó en 2001, con la presentación del primer iPod, con 5 GB de capacidad, que ya podía almacenar casi un millar de canciones. De hecho, el lanzamiento de este reproductor fue el arranque de una nueva era para Apple. Sin el formato MP3, el iPod no hubiera sido posible. Al menos, hubiera tardado más tiempo en llegar al mercado.
La popularización de los reproductores portátiles durante la segunda mitad de la década de los noventa sólo se explica gracias al nacimiento de Napster y las redes peer-to-peer (P2P) de intercambio de música.
Napster fue esencial para la consolidación del MP3, convirtiéndose en la primera plataforma destinada a compartir archivos de música a través de internet. Aunque la copia de discos ya existía -de CD a cinta o copia directa de discos-, Napster facilitó la piratería, sacudiendo los cimientos de la industria musical.
El reducido tamaño de los archivos MP3 permitía compartirlos a través de la red de forma rápida y sencilla, llegando de forma gratuita a millones de usuarios de todo el mundo. Incluso se llegó a poder disfrutar de los discos antes de que salieran al mercado, ya que los álbumes se filtraban antes de su lanzamiento.
La plataforma apenas estuvo operativa un par de años, de 1999 a 2001, ya que fue clausurada tras las denuncias de sellos discográficos y artistas. Sin embargo, ya había plantado la semilla de futuras redes P2P que, a diferencia de Napster, eran descentralizadas, como Kazaa, Ares, Morpheus, eDonkey o su heredero eMule, que fue la plataforma más popular en nuestro país.
Estas redes dispararon la piratería de música, causando un auténtico dolor de cabeza a todos los actores implicados en la industria discográfica. Aunque también dieron lugar a consecuencias colaterales no tan negativas.
En primer lugar, permitieron que muchos artistas poco conocidos se popularizasen rápidamente. Además, despertaron el interés por la música de muchas personas que no pretendían comprar los discos que descargaban, pero que después de escuchar estos contenidos quizá sí que se planteasen adquirir los álbumes en formato físico o asistir a conciertos de estos artistas.
Pero el hecho más decisivo fue el cambio de paradigma en el consumo de música. Por un lado, los consumidores se familiarizaron con la descarga de música digital. Ya no era necesario desplazarse a la tienda y comprar un disco que, además, ocupaba espacio en las estanterías de sus casas.
Esto marcó el ocaso del CD. Según los datos de Statista, en el año 2000 se vendían 943 millones de discos en Estados Unidos. En 2017, la cifra ya había caído por debajo de los 100 millones de unidades. Centrándonos en España, la venta de CD de música cayó desde 12,4 millones en 2011 hasta 8 millones en 2016, también según Statista. Y este descenso se debe haber acelerado en los últimos años.
Por otra parte, los usuarios se acostumbraron a consumir las canciones individualmente. ¿Por qué bajar el todo el disco si sólo interesa el hit más destacado de un álbum? Además, este modelo permite explorar y descubrir fácilmente nuevos grupos y cantantes.
Apple ya se había dado cuenta de que el modelo de negocio de la música estaba pivotando hacia la descarga digital y el consumo bajo demanda. De hecho, la compañía de la manzana mordida presentó su tienda iTunes Music Store en 2003. Es decir, que la compañía ya es toda una ‘veterana’ en este negocio.
Pero a la industria musical aún le quedaba una vuelta de tuerca más: el consumo de música en streaming. Y en esas arenas, el líder indiscutible es Spotify. La compañía sueca se fundó en 2006, presentando su plataforma de música en streaming dos años después. Algo más de una década más tarde, Spotify es la plataforma musical más grande del mundo, con casi 300 millones de usuarios activos mensuales. Casi la mitad de ellos (46,2%) son usuarios premium, según informa la propia compañía.
El auge de Spotify ha puesto el último clavo en el ataúd de la música en formato físico, con la honrosa excepción de la venta de vinilos, que parece resurgir entre los más puristas y nostálgicos. Además, ha supuesto un cambio de paradigma, que recoge una tendencia indiscutible en el conjunto de la sociedad: la transición desde un modelo de propiedad hacia otro modelo en el que prima el disfrute y la experiencia de usuario.
Por ejemplo, muchos consumidores ya no necesitan tener un coche para desplazarse por la ciudad, ya que prefieren usar cualquier plataforma de car/moto sharing o de alquiler de patinetes o bicis eléctricas. Lo mismo sucede con música, cine y series. ¿Para qué tener montones de CD y DVD acumulando polvo o varios gigabytes de contenido audiovisual almacenado en nuestros dispositivos si podemos acceder a todo desde cualquier lugar, gracias a Spotify o Netflix?
Pero cuando se producen cambios tan relevantes como éstos, siempre surgen fricciones. Algunos artistas han criticado el sistema de compensación de Spotify, que paga en función del número de reproducciones de las canciones de cada artista sobre el total de canciones transmitidas por la plataforma. Es decir, a partir de su cuota de mercado.
En cualquier caso, es indiscutible que el negocio de la música en streaming es muy suculento. Apple lanzó en 2015 su servicio Apple Music, tras la adquisición de Beats Electronics, Según los datos de Statista, esta plataforma tenía 68 millones de usuarios a finales del pasado año. Amazon también busca su pedazo de la tarta. Aunque Amazon MP3 existe desde 2007, el empujón definitivo ha llegado con Prime Music. Y Google tampoco quiere dejar pasar esta oportunidad, articulada a través de YouTube Music. Además, este sector se completa con otras propuestas, como Deezer o Pandora, por ejemplo.
Como vemos, aunque hoy todos estemos acostumbrados a la presencia del MP3 en nuestras vidas y la creación de este formato de compresión nos pueda parecer irrelevante, lo cierto es que se trata de un hecho que ha cambiado nuestra forma de disfrutar de la música y que ha dado un vuelco decisivo a esta industria en apenas un cuarto de siglo.
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