Todo marketing es, en cierto modo, neuromarketing; al fin y al cabo, el mundo de la publicidad siempre ha intentado basarse en esa sutil manipulación, utilizando lo que sabemos sobre cómo funciona el cerebro y cómo los humanos reaccionamos ante determinados estímulos para lograr aumentar las ventas.
El neuromarketing como tal, no obstante, se basa de verdad en principios aprendidos en el campo de la neurociencia aplicados al mundo del consumo. A esos principios se llega mediante estudios que incluyen resonancias magnéticas, electroencefalografías, sensores biométricos, etc. Estas son algunas de las técnicas que se ha estudiado que funcionan.
1. Da respuestas. A los humanos nos gusta tener respuestas y razones, por muy insatisfactorias que estas puedan ser y aunque sea sobre algo que no nos habíamos preguntado antes. Decirle al consumidor por qué debería adquirir el producto o servicio en cuestión tendrá mejores resultados que limitarse a exponer sus características, por claras que sean.
2. Lenguaje gestual. Para todos los que en algún momento tienen que interactuar con otras personas de las que esperan conseguir algo: que compren el producto, que inviertan en la compañía, etc. Sobre esto hay muchísimo investigado, como que se confía más en alguien que enseña las palmas de las manos, que imitar —de forma disimulada— el lenguaje gestual de la otra persona crea cierta conexión o que cruzar los brazos provoca rechazo.
3. Opciones limitadas. Mucho se ha hablado e investigado también sobre esto: el ser humano toma decisiones con más seguridad —y más satisfacción sobre haber elegido lo correcto— si tiene pocas opciones. Cuanta más limitada sea la posibilidad de elección, menos caminos no tomados quedarán. Si se ofrecen al consumidor muchísimas opciones, es posible que se paralice y no compre.
4. Juega con el miedo a la pérdida. Llevamos peor quedarnos sin cosas que ya tenemos (ese pájaro en mano) que ver escapar lo que pudimos tener pero no llegó a estar en nuestras manos (el ciento volando). Y, sobre todo, el miedo a esa primera pérdida nos hace actuar más que el miedo a la no ganancia. Juega con eso en tu comunicación, con lo que se pierde de la vida actual si no se adquiere el producto.
5. No olvides los sentidos. Los colores, el tacto, los sonidos, el ritmo de la música, los olores… Todos ellos transmiten una información extra al consumidor más allá del evidente «este producto es blanco». El rojo eleva el ritmo cardiaco e incita a la acción; el verde transmite calma y armonía; el amarillo genera la segregación de serotonina y nos hace sentirnos alegres…
6. Personaliza. Siempre que puedas, dirige tus mensajes al consumidor en particular, de forma que tenga la sensación de que le hablas a él y solo a él. El sentirse especial y no uno más en la multitud ayuda a crear conexiones, inspira confianza y facilita la toma de decisiones de compra.
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