“Algo con encanto no es un cerdo con barra de labios”
Especial desde el Palacio de Congresos de Madrid
Entrevistar a Guy Kawasaki es como -imagino – entrevistar a una estrella de cine. Hay que esperar en la entrada largo tiempo – por un retraso al que Kawasaki es ajeno, los ajustes de la agenda dan para únicamente cinco minutos para acercarse al divo y hay un pequeño plató con salón como los que salen en las entrevistas a los actores de Hollywood.
Aunque – a pesar de su condición de gurú – Kawasaki es encantador. Se le nota cansado – pruebe a repetir lo mismo siete veces seguidas durante una hora, los medios no somos tan originales – aunque eso no quita para que esté risueño y encantador. Campechano, por usar una palabra que tanto gusta en España. Se ríe cuando la inercia empuja a dar dos besos y los dos nos quedamos a medio camino sin saber que hacer.
Finalmente me los da y empezamos. El reloj apremia.
-Es realmente muy interesante que sea la primera persona que piensa sobre el concepto de evangelista…
Estuvo Jesús antes que yo… (y se ríe)
-Sí, es cierto, pero no era desde el punto de vista puramente business…
En realidad fui la segunda persona. Yo fui el segundo evangelista en Apple. El primero fue Mike Boich, mi compañero de clase. Él me fichó. Así que la única razón por la que tuve un trabajo en Apple fue por nepotismo. La razón por la que nos llamamos evangelistas fue porque teníamos que usar nuestro fervor y nunca el dinero para convencer a la gente para creer en esa nueva religión llamada Macintosh.
-¿Y por qué Apple la compañía para iniciar esto? ¿Por qué por ejemplo no en el caso de Windows y Microsoft?
Porque… no sé porqué (se ríe) Porque la visión de Steve Jobs era la de hacer a la gente más creativa y más productiva, en lugar de sólo vender un ordenador. Como comentaba durante mi charla, un iPhone no es sólo 188 dólares en producto y una suscripción de dos años con AT&T. La división Macintosh quería cambiar el mundo y por tanto era una visión más religiosa que económica.
-Esta mañana hablaba de ser encantador para conseguir el éxito en los negocios. Pero, hoy, con las redes sociales, con internet en general, ¿no es más difícil ser encantador todo el tiempo? ¿O la red lo pone, por contra, más fácil?
Creo que es más fácil porque interactuar es, en general, más fácil. Antes, en el mundo sin social media… Si trabajabas en una aerolínea y una reserva sufría un retraso, no podías interactuar con la gente. Con internet, hoy, la cuenta de Twitter de Virgin American o su perfil en Facebook pueden interactuar con millones de personas, por ejemplo. Creo que es más rápido, más barato, más fácil; aunque también creo que es más peligroso…porque es más rápido, más barato, más fácil.
-¿Puede ser cualquier compañía en el mundo encantadora? ¿Puede ser cualquier compañía mejor, como propone?
De forma global, sí…
-…No sé… Piense en una petrolera. Es muy difícil tener encanto dedicándose al mundo del petróleo…
Si eres una compañía petrolera y estás ensuciando con miles de galones de petróleo el océano cada día, es un poco duro ser encantador. Utilizando un refrán estadounidense: algo con encanto no es un cerdo con barra de labios. La clave es simpatía, confianza, un buen producto. Algunas compañías se despiertan un día y dicen: quiero innovar. Eso es porquería, no es así como vas a ser simpático. La clave es el CEO, que marca el tono para toda la firma.
-¿Cree qué para las compañías de tecnología es más fácil ser encantadoras? Al fin y al cabo es más fácil amar a un iPhone o a Facebook que…
(interrumpiendo) ¿Sal? (Risas) No necesariamente. Los ingenieros que hacen estas tecnologías no son siempre encantadores (y Kawasaki vuelve a reírse animadamente) La gente que produce grandes marcas de consumo, los Starbucks del mundo, tienen que ser encantadores todo el tiempo. No creo que haya una ventaja clara para un tipo de compañía. Sin duda, una compañía B2B tiene un reto mayor. Tampoco creo que encantar sea el camino para un negocio con éxito para todo el mundo, pero es una máxima que sirve para construir las claves que son útiles para la mayor parte de la gente.
Y los cinco minutos se han escurrido. Intercambiamos tarjetas (y sí, la suya es una pegatina), toma aire y pasa el periodista siguiente.